4.3.05

Me over myself

Me over myself

Nada de lo que se verifica se pierde para la historia…Sólo la humanidad redenta toca plenamente su pasado
Walter Benjamín

Regresamos tan sólo para lamentarnos, mirar con añoranza y postergar el camino. Regresamos cuando no sabemos adonde mirar y tenemos miedo de mirar adelante prefiriendo voltear atrás. Regresamos porque tenemos que regresar, sin embargo no regresamos como deberíamos de regresar, tan sólo regresamos. Regresamos pero eso no significa que sea la forma correcta de regresar. Siempre hay formas de caminar, mirar, comer y amar.

Dicen que el pasado, pisado. Puede que sea cierto. Cierto sólo en la medida en que lo tomemos como referente –de otra forma pareciera una tortura– y no como un pasado vivo que nos aceche en las noches y nuble nuestros días. El pasado, pisado, si y sólo sí no lo borramos y lo guardamos como archivo siempre accesible, siempre a la mano; puesto que sucede que hay pasados que dejan de ser accesibles y se hunden en un pozo eterno. Desfase de realidades y entendimiento.

El pasado está lleno de experiencias –como solemos llamarle indulgentemente a nuestros errores y traspiés– que resultan no ser tan experimentadas. El hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra dos veces. Algunas por olvido, otras por cerrazón y otras por amor. Pero nos tropezamos e invocamos a la experiencia que nos auxilié cuál esfera gitana y nos diga qué hay que hacer. Aunque quizá la palabra exacta no sea tropezar –una acepción peyorativa que implica desmoronamiento y el gusto humano por el vértigo–, más bien prueba. Prueba, para ver que tan preparados estamos para enfrentar el obstáculo que se nos presenta. Prueba, para ver si aquello que lloramos ayer nos sirve para sonreír hoy. Les gransperes ont toujours tort.1

Retornamos porque necesitamos hacerlo. No tenemos otro lugar al cuál recurrir y abrimos la casa de la nostalgia, inhalando el aire de la melancolía. Sin embargo siento que si realizáramos un buen retorno las cosas serían diferentes. Y no hablo de uno en cantidad, si no uno genérico. Un eterno retorno –anunciado antes por Nietzsche– que nos llevará a seguir haciendo camino, no retomar por el que íbamos, puesto que es imposible, si no hacer otro camino, y así sucesivamente en busca de cerrar nuestra fractura ontológica y encontrar respuesta no sólo a nuestras preguntas, si no a nuestro ser. Un eterno retorno que nos permitiera caminar como trepando un roble de magníficas dimensiones y tratar de llegar a la punta de la copa, sin que algún día lo logremos, pero lleguemos a estar lo más cerca de alcanzarla.

Pareciera tremendo saber de antemano que nunca lograremos a alcanzarla, pero, si lo lográsemos no habría motivo para seguir viviendo y perderíamos todo sentido de nuestra existencia. Afortunadamente tenemos un seguro de vida que nos impide alcanzar el final del camino, la respuesta y la solución al malestar: la muerte. Nuestro seguro de vida. Por que no hay vida si no hay muerte y no existe principio sin un fin.

Pero ¿qué es la fractura? Sin tratar de ahondar más en el tema –que no es propiamente lo que nos incumbe en el momento–, la fractura, entre otras cosas, me obliga a buscar al Otro y, así, sospechar que podría cerrar mi fractura (aunque esta nunca vaya a cerrar) a partir de la compenetración. No somos una unidad, estamos fragmentados (ya por la enajenación ya por la alienación) y la conciencia la recreamos como elemento “cohesionante”; me ayuda a mirarme como ser fracturado y, a partir de ahí, actuar. Llegar a la praxis liberadora. Llegar a un proceso. Llegar a la Revolución (la cual viene a ser la praxis de la idea) que no sólo es causa, sino también efecto. A la Revolución que no sólo me confronta conmigo mismo a partir de la explotación, sino principalmente desde la enajenación y la alienación para romper con ellas dos.

Si no fuésemos finitos y, además, fracturados, en efecto ahí termina la dialéctica esclavizante. Pero como dije antes el malestar es permanente. El malestar es infinitamente resimbolizado. El malestar sigue y seguirá porque lo que me molesta no sólo es el malestar, sino el sonido mismo del malestar. Me molesta y me perturba saberme mortal y no poder alcanzar a apagar el sonido del silencio. Ese silencio que me clausura y me perturba. Ese silencio que me susurra y después me grita que soy culpable y necio. Ese silencio inherente a mi condición humana. Ese malestar lo recreo. El que cambia soy Yo. Antes, durante y después de la Revolución. Al final, de una u otra forma, retornaré al malestar, que no es el mismo, a partir de mí mismo. Cambió mi resignificación. Aunque el malestar siga siendo el mismo.

La fractura me hace ver a tus ojos y verme reflejado en ellos. Me hace correr hacia ti y abrazarte desesperadamente, desgarrar mi alma en un beso. Nos hace buscar la completitud con la otra persona y evitar pensar en el final, tratando de inmortalizar nuestras vidas en ese amor. Tratando de solucionar la separación primigenia y encontrarle sentido a nuestro nombre impuesto y condenado.

Dicha fractura va de la mano con el malestar –que, como he dicho anteriormente, lo podemos entender como el “sabernos finitos”– y empezamos a recrear todo un mundo de dioses, vírgenes, pegasos, soles y zodiacos. Recreamos todo un cosmos de metáforas para poder satisfacer nuestra soberbia inepcia de no aceptarnos como seres mortales que dejan su lugar para otro más. Somos tan humanos que no dejamos de sorprendernos día a día.

El eterno retorno surge como alternativa para lograr aliviar el escozor que provoca el malestar en nuestro corazón. El eterno retorno surge como posibilidad. Posibilidad de ser lo más cercano al ideal de ser del hombre. Sin embargo, ¿Cuántos verdaderos retornos hemos realizado? ¿Cuántas veces hemos sido conscientes de nuestros errores, de los daños realizados y las heridas inflingidas y autoinflingidas? ¿Cuántas veces hemos mirado al pasado no en busca de un refugio o de rencor, si no en busca de concienciar? ¿Cuántas veces vemos al pasado no sólo con ojos melancólicos, también con ojos reflexivos e imparables? Cada uno de nosotros podríamos respondernos esas preguntas…

Si realmente aprehendiéramos la historia no sólo nuestras vidas serían diferentes; nuestra sociedad lo sería también. No invadiríamos Rusia por segunda vez en invierno ni nos iríamos a parar bajo la lluvia con una rosa en la mano, no desearíamos aquello que nos atormenta y construiríamos esferas en vez de rascacielos. Nombres encerrados en un círculo perfecto. Corazones en vez de cuadrados. Si realmente aprehendiéramos nuestro retorno interminable, plantearíamos con desarrollo, presente desde el inicio del texto, sin presuponer.

Abandonemos nuestro miedo a reconocer nuestros errores. Terror a ver nuestras cicatrices y besar las del otro. Nuestra soberbia para ofrecer una disculpa y seguir caminando. Abandonemos la funcionalidad y mercantilismo de nuestras vidas que nos hacen perder la metáfora. No olvidemos que la metáfora nos permite explicar el mundo y relacionarnos con ella/él. Actualmente vamos perdiendo nuestras metáforas y nos acercamos vertiginosamente a la práctica (voraz) funcional. Dejamos de comulgar y empezamos a ser caníbales prácticos. Se va perdiendo la metáfora y va refulgiendo la psicosis. Vamos perdiendo la fe y esperanza y creemos más en un vestido y tarjeta de crédito. Vamos olvidando la bella Tenochtitlán y nos adentramos a la tenebrosa New York.

“Todo aquello que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”, dijo Nietzsche. Interesante retornar con amor para regresar con aún más amor en el alma, ojos y corazón.

En un momento del retorno, 04 marzo 2004

Luis Benjamín Vargas Gómez


1 Los abuelos siempre se equivocan. En el francés, el original. Retomado de De Profundis, de Oscar Wilde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojos Lindos,

La verdad que cada ves me quedo mas sorprendida del talento que tu tienes. Abandonar nuestro miedo a reconocer nuestro errores, suena sencillo, pero no lo es, pero es algo que de verdad uno tiene que aprender, la vida sigue, el reloj sigue diciendo tic-tac, y por un error, no vas a dejar de vivir.
Gracias por compartir tu talento con nosotros. (Gaby)