30.10.06

EL MONJE Y EL RUISEÑOR

En un templo lejano, allá en medio de Siam, vivió el monje más sabio de todos. Su nombre era Đâm Ra Yêu y a lo largo de toda Asia se pregonaban sus enseñanzas e inclusive un viajero europeo llegó a transcribir algunas de ellas en un libro que hasta la fecha se tacha de mágico y no se le ha sabido otorgar su validez correspondiente.

Durante largas jornadas, Đâm Ra Yêu se entregaba a meditaciones sobre el espacio del ser, su trascendencia, las flores, el aire, el sol, el alma, el dolor y demás cosas hermosas que rodean nuestro mundo y también el de él. El monasterio donde vivía se encontraba enclavado en medio de la selva y no tenían que salir de ahí puesto que cultivaban sus hortalizas y tenían todo lo que su cuerpo podía necesitar, por lo cual se entregaban sin problema alguno a la meditación. Sin preocupaciones materiales como la inflación, el ahorro o las inversiones, Đâm Ra Yêu y sus discípulos descubrían formas de interpretarse a sí mismos y maneras de coexistir armoniosamente con su entorno.

Đâm Ra Yêu disfrutaba enormemente vivir en el monasterio y tenía muchas buenas razones para hacerlo: tenía paz, alimento, discípulos entregados y amables pero lo mejor de todo, lo que Đâm Ra Yêu más adoraba era el amanecer que se colaba por su celda. Lo amaba de una manera tan grande puesto que un pequeño ruiseñor se paraba todos los días a cantar bellas melodías de amor al pie de su ventana. Đâm Ra Yêu se quedaba entonces inmóvil y un remolino lo azotaba en su estómago subiendo rápidamente a su pecho y después a su garganta, casi cerrándola, llegando al final a los ojos que se derramaban en felicidad y amor irrestricto. Đâm Ra Yêu amaba con toda su alma al ruiseñor y su canto.

El ruiseñor, como los de su especie, tenía un estilo elegante y unos colores brillantes y seductores, sin embargo, éste poseía un halo especial capaz de cautivar al más serio e intratable de los hombres. Era bellísimo, sus ojos tenían un poder especial y su canto…su canto era una melodía divina que Đâm Ra Yêu juraba era enviada por los dioses para demostrar el amor que sentían por los hombres. Sin duda el ruiseñor tendría que haber sido enviado por los dioses y eso lo hacía aún más especial.

Pasaban los meses y Đâm Ra Yêu caía en una enfermedad que no lo dejaba meditar y menos concentrarse en la enseñanza a sus discípulos; su comida la había reducido a lo indispensable para sobrevivir y sentía todo el tiempo una presión enorme en el centro del pecho que sólo se aliviaba por las mañanas al cantar del ruiseñor. Đâm Ra Yêu estaba perdidamente enamorado del ruiseñor, lo deseaba con tanta fuerza que apenas e imaginaba su existencia actual y posterior sin él.

Un día Đâm Ra Yêu no pudo más y como sucede con los enamorados que caen presa de la duda, desesperación y la sinrazón del corazón –puesto que el corazón tiene razones que la razón no entiende– decidió que no podía pasar otra noche más sin el ruiseñor, cuando las estrellas tan bellas son tan lejanas y la oscuridad nos atrapa y nos refleja en la luna. Tomó una sabana y la puso encima de la ventana sostenida por una rama a la cual había atado un cordel que amarró a su mano.

La mañana siguiente el ruiseñor llegó como todos los días presuroso a cantarle a Đâm Ra Yêu, esta vez con una nueva melodía que acababa de aprender muy cerca del mar. Se posó en la ventana y comenzó a entonar la canción más hermosa que Đâm Ra Yêu hubiera escuchado jamás y con esa pasión también jaló del cordel haciendo que la sábana cayera encima del ruiseñor cortando el canto en un chillido estridente de desesperación. Đâm Ra Yêu se levantó inmediatamente y tomó con tal fuerza la sábana que al hacerlo apretó demasiado al ruiseñor haciendo que el chillido fuera aún más fuerte y doloroso, a lo cual Đâm Ra Yêu soltó la sábana temiendo lo peor. Al caer la sábana el ruiseñor quedó a la vista, mirando a Đâm Ra Yêu con ojos de terror y echó al vuelo, primero tropezando por su ala lastimada para después empezar a revolotear por toda la celda hasta que, por fin, encontró la ventana y salió volando con altibajos. Đâm Ra Yêu estaba pasmado, no podía creer lo que había hecho. No podía mover un músculo de su cuerpo. La puerta se abrió inmediatamente y entraron dos discípulos suyos que encontraron a Đâm Ra Yêu tirado en cuclillas en el suelo de su celda llorando desgarradoramente.

Las semanas pasaron y Đâm Ra Yêu no encontraba consuelo para su corazón. El sólo hecho de recordar el incidente y saber que había herido a lo que más amaba en este mundo lo destrozaban. Sus discípulos se encontraban muy preocupados por su salud ya que tenía días sin probar bocado alguno y ni siquiera salía de su celda para hacer las obligaciones del monasterio. Tuvo que ser por fuerza del más allegado de sus discípulos, Mối Tình, quién se encerró con su maestro en la celda durante dos días enteros para que al tercero salieran juntos, sosegando así el ansia que se apoderaba de todo el monasterio.

Conforme pasaban los días Đâm Ra Yêu iba retomando la actividad que hubiera postergado por tanto tiempo, sin embargo, no dejaba de ver el cielo esperando ver al ruiseñor cruzar el aire o, por las mañanas, despertar llorando por no escuchar más que el sonido del viento húmedo colándose a través de su ventana.

Đâm Ra Yêu perdió toda esperanza de volver a ver al ruiseñor y su lamento se vio reflejado en sus enseñanzas, una de ellas muy famosa y recopilada por aquel viajero europeo. Así pasaron dos meses hasta que un día Đâm Ra Yêu no salió de su celda. Los discípulos, preocupados por su maestro, entraron con sigilo a su habitación y ahí descubrieron a Đâm Ra Yêu sentado en el suelo en medio de la habitación observando la ventana y ahí, justo en el marco de la ventana se encontraba el ruiseñor. Su canción era una canción de dolor y al mismo tiempo de perdón y de amor. Era una melodía tan hermosa y la escena tan bella que los discípulos se congelaron en la entrada de la celda. El ruiseñor había regresado con el ala recuperada y por todo el amor que le profesaba a Đâm Ra Yêu. Pasado un momento tan largo como breve es el amor, Mối Tình se acercó a gatas a su maestro y le susurró con mucho cuidado al oído:

- Maestro, ¿desea que entre todos atrapemos esta vez al ruiseñor?

Đâm Ra Yêu, se volteó con toda paciencia a Môi Tình mirándolo con ojos entrecerrados y acuosos:

- No, Môi Tình, no lo hagan, es una orden.

- Pero, maestro, lo podemos hacer esta vez –replicó Môi Tình con un poco de impaciencia.

- ¡No! –elevó la voz Đâm Ra Yêu tomando del antebrazo a Môi Tình– Sé bien ahora que prefiero tenerlo así, cantándome por amor y con libertad a aprisionarlo en una jaula y perderlo o no escucharlo nunca más.

Acto seguido Đâm Ra Yêu se volteó hacia la ventana a ver al ruiseñor que le hablaba y cantaba con un amor infinito en los ojos y él le lanzaba todo el amor con los besos de su corazón.

En la ciudad del ombligo de la luna,

20 octubre 2006

VARGAS GÓMEZ

29.10.06

Confesiones de un desdichado

Hay algo que está haciendo mal. Definitivamente tiene que estar mal puesto que han sido varios los fracasos del corazón –afirma-, no sabe cuántos o tal vez si sepa, pero no le ayuda nada contarlos con esa mano.

Cada una de ellas fue tan distinta una de otra, comenzando por el Gran fracaso, ella la del sexenio perdido, pasando por otras cuantas que le han dejado varios moños y pequeñas arrugas que juntas le forman un zarpazo hondo y acomodado.

Pensó que esta última vez sería diferente: tantas casualidades, tantas coincidencias, tanta belleza y tanta distancia…Jura con el alma en un ramillete de girasoles que, hasta el momento, de todas ellas parece ser la mejor persona y la carta más fuerte, sin embargo algo sucede, como si una nube negra le persiguiera por ahí tirando rayos y chubascos en su camino compartido por él y ella.

- ¿Qué haré mal? –se pregunta.

Ha llegado a pensar que es él quién comete el error puesto que es él quién permanece al final, no obstante puede ser que su error sea sólo el haber elegido mal, no tanto una acción suya; algo que haya hecho o dejado de hacer.

Puede ser.

Yo sé que le duele, eso es indudable, le observo mientras cabizbajo bebe un sorbo de café. “Sin embargo esta vez el dolor es especial”,me dice. Me jura que es diferente. Esta vez afirma que duele con aroma de amor y sabor a derrota. Antes le supo a traición, estupidez o inmadurez. Esta vez a derrota por no tener los medios para girar la situación y salir victoriosos.

Y es que ella con sus palabras esquivas, sus cartas secas –áridas como un matraz de secundaria-, sus gestos neutrales le matan…

Y pensar que no ha hecho otra cosa que esperarla. Pensar que le duele. Pensar que su cuarto tiene cosas de ella y que tiene un viaje reservado a Bora Bora.

No puedo hacer otra cosa más que terminar mi café, pagar la cuenta y ofrecerle mi más sincero entendimiento y comprensión, más de lo que se imagina; después de todo quedé de verme con mi mujer para platicar y me cuente de su estancia en Sudamérica.

Con el demonio entre las venas

VARGAS GÓMEZ


24.10.06

24 octubre 2006

"no hay ser humano más miserable que aquel que vive en la indecisión"

WILLIAM JAMES


Hoy me siento satisfecho. No como ayer que no sólo me sentía muy cansado, también me dio al final una arritmia espiritual y casi muero de un corazón ajetreado –larga historia.

Así pues hoy se arregló bastante y mucho, todo. Me siento satisfecho conmigo, con mi futuro laboral a corto plazo, hoy cumplo, hoy me dieron mi tarjeta de crédito (por fin aprobaron la maldita esta, no saben lo que me costó, a diferencia de la anterior) y entregué un proyecto en la oficina que tenía muy bien escondido y que terminó por encantar a mis jefes de una manera muy notable.

A continuación les pongo un video muy bueno, es sobre uno de los grandes berrinches que he logrado ver: disfrútenlo tanto como yo.

Ciao (disculparán mi elegancia al dirigirme a ustedes pero es que estoy MUY PINCHE FELIZ).


p.d. que cierto es el aforismo de William y que doloroso resulta, más cuando el corazón estuvo de por medio...

23.10.06

CONDESA II

Acabo de regresar del concierto de Robbie Williams, después les contaré sobre ello y sobre los motivos de mi ausencia estos días, pero ha sido una jornada extenuante en verdad. Prosigo, a continuación, con la publicación de la segunda parte de CONDESA, que estaba en otra servilleta escrita el mismo día que la anterior en el mismo lugar hace ya tanto, tanto, pero tanto tiempo en mi corazón, cuerpo y vida. Au revoir y que lo disfruten:

El problema es que no he querido vivir mi vida. Me he resistido a vivirla por temor a perderte.

No es que por el hecho de vivir te pierda, pero me aterra pensar que tan sólo tú no lo entendieras o te dieras por vencida.

Acto tan tuyo el bajar los brazos, flor de otoño, abandonando tus deseos al frío aire que te empuja. Así te amo y ahora te amo.

Es por ti que lo he dejado de hacer. Y las estrellas me recriminan y el viento me aúlla. Y tú no das muestras de vida, de interés. De vida que de nuevamente vida a la mía.

Hoy que sería nuestro día no estás. Decidiste enterrarte con tus raíces ¿Mañana será nuestro nuevo día? No lo sé. Tampoco sé si lo pueda soportar.

Mi corazón libra una batalla brutal: entre seguir adorándote o enterrarte por siempre ya.


Condesa II o el Quimia Café

02 julio 2005

VARGAS GÓMEZ

20.10.06

CONDESA

Haciendo limpieza en mi cuarto encontré muchas cosas que yo había olvidado. Entre jeroglíficos, glifos y parafinas me encontré algunos textos que el tiempo mismo había olvidado -excepto la hoja de papel siempre tan fiel-. Así, después de una exhaustiva revisión y de deshacerme de algunos que no valían la pena, me quedé con unos valiosos por su forma y fondo; un cuento, varios relatos y dos poemas. Procedo a publicar el siguiente, titulado "Condesa" y que fue escrito hace ya más de un año, cuando la tierra aún era plana y yo un proceso de crecimiento. Mi vida y mi corazón definitivamente no son nada parecidos a aquel entonces...

CONDESA

¿Por qué no hablaste?

¿Por qué te escondiste?

¿Por qué mentiste?

Si supieras que desde el inicio supe tu mentira, cuando la escondías detrás de ese tono tierno y mirada decidida.

Quisiera poder tenerte junto a mí por siempre. Quisiera, a veces, tener la fuerza suficiente para poder olvidarte. Para desear jamás haberte conocido…

Condesa

02 julio 2005

VARGAS GÓMEZ

17.10.06

Girasol

Puedes estar segura que

nunca dejaré de creer en los girasoles.

Un girasol que vive de la vista

del sol y que se apropia de su nombre

para formar el suyo propio.

Ese girasol que, amargo y tosco por fuera

esconde vida y amor desde la raíz

hasta su pétalo más alto, girando

en torno al sol.

Puedes estar segura, mi amor, que

jamás dejaré de creer en los girasoles

y su ejemplo de fortaleza en el amor.

El girasol que abre sus ojos

para ver a su amor y lo sigue

a lo largo del camino, reflejando en su vida

el amor que le profesa.

Así, te digo que abras los ojos.

Así te digo que amo a los girasoles y

que no sólo dejaré de creer en ellos,

también de admirarlos en su forma, nombre y

su inquebrantable giro en torno al amor.

Y es que nunca puedes detener a un girasol

a menos que lo arranques y,

aún así, morirá

cerrando los ojos viendo al sol.


16 octubre 2006

VARGAS GÓMEZ

12.10.06

Con ganas de escribir

Mi mente no encuentra un cauce sobre el cual depositar las ansias de escribir. El deseo proviene no tanto de ella, más bien de algo que está muy cerca del corazón –no sé cómo se llama y no me he tomado el atrevimiento de ponerle nombre.

Y el no poder escribir cuando tengo tantas ganas de hacerlo me resulta mortificante. Desearía poder escribir un cuento que tratara sobre el estómago de un gigante y la vida que acontece dentro de él, muy parecida a la nuestra y con nombres extrañamente parecidos a los nuestros. Me gustaría, también, poder escribir un poema que hablara del amor que siento por una mujer que sabe a miel de abeja y lo liviana que se vuelve mi existencia con el sólo hecho de pensar en ella; escribir sobre ese mismo amor que vive dentro de mí pero que espera en la distancia geográfica por una promesa de volver. Es un amor que sangra, desea y desespera a veces por el tiempo del corazón.

Y trato y no se me ocurre nada. Aquí no es necesario hablar de musas puesto que las tengo muy presentes y permanentes, aquí no se trata de influencias externas para que la inspiración –esa mala mujer…- acuda a mí. En realidad parece ser que los días laborales, los papeles del escritorio, los reportes de regalías, los informes detalladísimos, las llamadas petitorias, los jefes infatigables, las obligaciones impostergables, la oficina “enclosetada” de al lado, la sirena de ambulancia, los sucesos siempre urgentes y los problemas olvidados vienen a mellar en mis ideas y mis nocturnos intentos por escribir.

Podría ser un cuento de miedo que ocurra en medio de algún bosque perdido de Alaska y en el cual un monstruo que vive dentro de los mismos nativos se dedique a matar por amor, sin embargo algo dentro de mí me impide concentrar mis ideas en ello. En un intento desesperado podría escribir acerca de la política nacional aunque creo que eso afectaría aún más a eso que está al lado del corazón.

Tengo tantas ganas de escribir que me sucede que no dejo de pensar en ella y me dan ganas de tirar la pluma y echarme a volar.


En chanca de Ayacucho: Hamullay

04 OCTUBRE 2006

VARGAS GÓMEZ

8.10.06

The song of the entwives

Bajo la bóveda de las hojas dormidas se despliegan los sueños de los árboles. Cuando las salas del bosque son verdes y frescas y el viento sopla del oeste, regresa a mí. Regresa a mí y di que mi tierra es la mejor.

.JRRT.
VARGAS GÓMEZ
(en una pausa dentro del latido)

6.10.06

NUBE NEGRA

Cuando busco el verano en un sueño vacío,
Cuando te quema el frío si me coges la mano,
Cuando la luz cansada tiene sombras de ayer,
Cuando el amanecer es otra noche helada,
Cuando juego mi muerte al verso que no escribo,
Cuando sólo recibo noticias de la muerte,
Cuando corta la espada de lo que ya no existe,
Cuando deshojo el triste racimo de la nada.

Sólo puedo pedirte que me esperes
Al otro lado de la nube negra,
Allá donde no quedan mercaderes
Que venden soledades de ginebra.
Al otro lado de los pagones,
Al otro lado de la luna en quiebra,
Allá donde se escriben las canciones
Con humo blanco de la nube negra.

Cuando siento piedad por sentir lo que siento,
Cuando no sopla el viento en ninguna ciudad,
Cuando ya no se ama ni lo que se celebra,
Cuando la nube negra se acomoda en mi cama,
Cuando despierto y voto por el miedo de hoy,
Cuando soy lo que soy en un espejo roto,
Cuando cierro la casa porque me siento herido,
Cuando es tiempo perdido preguntarme qué pasa.

Sólo puedo pedirte que me esperes
Al otro lado de la nube negra,
Allá donde no quedan mercaderes
Que venden soledades de ginebra.

Al otro lado de los pagones,
Al otro lado de la luna en quiebra,
Allá donde se escriben las canciones
Con humo blanco de la nube negra.

JS

Por qué es algo así, desde que el condenado cofre encontró parangón...

Actriz II

(y regreso a lo mismo, maldita mi suerte)

El día nos depara tanto misterios como encrucijadas. Al final del día es muy probable que terminemos con un amigo o conocido menos y con varios conocidos de más. Al final del día puede ser que le hagamos daño a alguien que nos quiere o que queremos solamente por orgullo –maldito orgullo.

Puede ser. Al final del día aquello que hacemos de mala manera pretendiendo dar a entender algo se puede interpretar de otra forma. Al final del día aquellas personas que no besamos en la frente puede ser que hayamos tenido nuestra última oportunidad de hacerlo…

(y también mi corazón sacado de su estuche).

me lleva la mierda
y pensar que el día pintaba chistoso

5.10.06

Actriz

Iba entrando a la oficina, dispuesto a apretar el botón del ascensor cuando escucho en la entrada de la oficina de enfrente –qué es una Notaría muy pulenta:

- Oye –se notaba un acento popular– la mujer de actor ¿como se dice?

He de aceptar que me sorprendí, puesto que no imaginaba a un hombre llamándose “Actor” y la sola imagen de este hombre me provocaba una mezcla de terror con risa al pensar en la mujer de éste.
- ¿Actora?

No pude menos que silbar y sonreír a mis adentros. Pensar en la imagen de la mujer del actor y no en el femenino me hizo vibrar al imaginar como sería el resto del día. ¿Cómo será, ahora?

4.10.06

El amor, el tiempo, la ceguera y la sal

“por que la espera no les haga vernos como estatuas de sal”
LBVG


Se amaban como si los dioses lo hubiesen deseado así. Se deseaban cada día con mayor ahínco y se deshojaban todas las noches para dejarse crecer por las mañanas a la tibia luz del sol. Así se creían felices y vivían con esa idea hasta que llegó la guerra a tierras lejanas y por pactos que sólo los que gobiernan entienden y ordenan, sin importar las vidas de los inocentes, él se vio forzado a ir a pelear al frente.

Esa noche ella lloró como nunca antes lo había hecho. Desconsolada se derrumbó en la penumbra del hombro de su amado tratando de encontrar un resquicio en el cual ella pudiera esconderse y acompañarlo adonde fuera. Él le juró que regresaría. Ella le creyó y más le dolía hacerlo porque le asaltaba una incertidumbre despiadada y demente.

Llegó el día de partida y todo el pueblo fue a la orilla del mar a despedirlo ya que era costumbre del lugar y además eran tan pocos que resentían la salida de uno sólo de ellos. Ella se aferraba del puente de abordaje y le gritaba que lo amaba y que ahí estaría todos los días esperando su regreso para que fuera la primera persona que viera al regresar. Él, a su vez, se volteó mandándole un beso que prometía ser eterno.

- Te mandaré una postal de San Pol, cuídate mi amor.

Así se fue. Pasaron los días y ella cumplió su promesa. Todos los días al alba iba a pararse a la orilla del muelle para ver si a lo lejos divisaba el barco. Ahí comía y permanecía en guardia hasta muy pasado el mediodía, cuando el cielo comienza a teñirse de naranja con amarillo. Al principio las noticias eran semanales, dónde él le contaba de los horrores del frente y de la matanza entre hermanos; sus cartas a veces olían a sangre seca y sudor y ella las guardaba todas debajo del colchón. Poco a poco las cartas comenzaron a ser quincenales y después mensuales. Sin embargo ella no perdía la esperanza y se ponía todos los domingos el mismo vestido de gala para recibirlo con los honores de un amor en agonía.

Un año se fue y el siguiente también, disuelto con las burbujas de sal que quedan en la arena cuando las olas se van. La guerra se encontraba en un punto decisivo y la gente de ambos bandos clamaba por la paz; los campos se encontraban destruidos y los antes florecientes comercios portuarios agonizaban por las restricciones militares que presumían de cuidar el comercio cuando en realidad acaparaban el control de las mercancías. Decían que era por el bien de la nación y que ahora más que nunca los recursos eran necesarios, que si uno amaba su bandera y su patria bien podía sacrificar parte de sus ganancias por un bien general posterior. La gente no tuvo más que aguantar y esperar por el final del conflicto.

Ella comenzó a desesperar. Tenía tiempo de no saber de él, ya no sabía cuánto exactamente porque el tiempo le había dejado de resultar lógico y servicial. El tiempo se ha hecho para contar nuestros pasos por el mundo antes de que nos asalte la muerte en un intento por presumir a nosotros mismos nuestros logros, no para las cosas del amor. El amor tiene su propio tiempo, que es el del corazón.

En realidad lo que la mataba era la incertidumbre de no saber de su existencia, de no poder poner fin a su agonía. De depender de la respuesta del otro y sufrir el más grande de los dolores en el mundo: el que causa la duda en el corazón. Cada día que pasaba el muelle parecía abordarla y el mar dejaba de sonar y oler extraño. La sal le causaba pliegues en la cara como si le hubieran almidonado los labios y las mejillas. Cada día era más difícil que el anterior al momento de llegar la partida, sus pies parecían no responderle y sus ojos se volvían acuosos como el destino de su mirada. La guerra hacía tiempo que había terminado y los soldados que no habían muerto o emparentado en aquellas tierras viejas y lejanas habían vuelto ya a sus casas, para encontrar viejos, nuevos y uno que otro fantasma desaparecido.

Él, por su parte, seguía peleando. El campo en el que se encontraba combatiendo estaba a mitad de camino del principado andorrano y Perpignan. Era un campo yermo, desolado después de la guerra. Los campesinos apenas regresaban a sus tierras y ninguno se había topado todavía con él. Armado con su bayoneta se mantenía golpeando el aire con los ojos entrecerrados distinguiendo apenas una sombra –su sombra– que lo perseguía y no daba cuartel. El tiempo tampoco había pasado para él y le asombraba el no escuchar más gritos a su alrededor. Juraba que todos habían muerto ya y no podía dejar de combatir con éste último enemigo que no lo había dejado en paz y esperaba la menor oportunidad de acabarlo en cuanto bajara las armas. Esa noche abrió los ojos, cansado y se tiró de rodillas al suelo, blandiendo los brazos y gritando por su muerte inmediata. Silencio. El silencio fue atroz. Abrió los ojos por fin, con mucho trabajo, descubriendo que no había nada y que la figura se proyectaba aún más grande por ser la luna quién estaba a sus espaldas. Se quedó atónito unos minutos preguntándose que había sucedido. No podía aceptar que había estado peleando contra su propia sombra por lo que la idea se clausuraba inmediatamente en su cabeza.

Volteó a todos lados y descubrió un campo destrozado, con algunas cruces a lo lejos rodeadas de promontorios. Se paró, tomó su bayoneta y se dirigió al puerto. En el puerto todo mundo se asombraba de verlo, ya que una persona en su estado era visible hasta para el más distraído de los caminantes. Su larga barba, sus uñas descarnadas y largas, su piel tostada y cortada y su uniforme harapiento le daban una imagen espectral, la del soldado muerto que camina entre los vivos para recordarles por quién peleó.

Una vez en el barco, de regreso a su hogar, pensaba en lo que le esperaba. Se había arreglado para su regreso triunfal y recordó que ella le esperaba. Se preguntó cuánto tiempo había pasado y cuando le dijeron que habían sido cuatro años desde su partida se sorprendió. “Cómo pasa el tiempo”, pensó y acto seguido se dirigió a la proa a observar los surcos de olas en el mar.

Cuando llegó no se encontró con un regreso triunfal. Había temporal y apenas un pescador que amarraba su bote lo alcanzó a saludar después de que él se presentó. Ella no estaba. El muelle seguía siendo el mismo de hacía cuatro años excepto por esa extraña, carcomida y quizá en otros tiempos hermosa estatua a la orilla del muelle. “Que raro lugar para poner una estatua” –pensó- “en cualquier momento llega un vendaval y la tira con todo y muelle. Es extraño que no lo haya hecho ya”.

Se dirigió al pueblo y después de encontrarse con su familia salió a la casa de ella, para ver si la encontraba. Nadie respondió. “Habrá ido a la iglesia o a hacer un mandado”, pensó, y no le pareció extraño que nadie más respondiera puesto que sus padres habían muerto tiempo atrás, dejándola sola en ese pueblo a orillas del mar.

Buscó por todo el pueblo y no la encontró. Los que le podían dar referencias, después de reconocerlo tras una ardua examinación, le decían que seguramente estaba en el muelle, que no había hecho otra cosa desde que él partió.

Se dirigió al muelle y no encontró a nadie. Todo mundo se había guardado por el mal tiempo y se desesperó por no saber de ella. Le recriminaba el no haberlo esperado tal y cómo había prometido. Se dirigió a su casa a dormir, tratando de ordenar sus ideas y su corazón.

Al día siguiente tampoco la encontró. Los que lo veían se asombraban de que ella hubiera desaparecido, algunos le decían que apenas ayer la habían visto caminando por la plaza mayor. En su desesperación y orgullo fue a sentarse al muelle, justo al lado de la estatua que permanecía erguida, mohosa y salubre viendo hacia el mar. Ahí se echó a llorar. Lloraba su partida, lloraba lo que había visto y luchado allende al mar. Lloraba por que le recriminaba a ella el hecho de que no supiera lo que él la sufrió.

- ¡Si supieras lo que me dolió! Si tan sólo supieras los momentos que te lloré y que me hiciste falta, siendo tú el único motivo por el que me mantuve al pie del cañón –gritaba entre sollozos viendo al mar-. ¿por qué no me esperaste tal y cómo prometiste? ¿por qué tuviste que cambiar de parecer? ¿por qué me dejaste de amar, comenzando a pensar sólo en ti y no en los dos?

Sin embargo, si él hubiera volteado en ese momento, en vez de seguir gritando al mar, hubiera visto el extraño parecido que la estatua guardaba con ella. Y quizá, si su orgullo y corazón se lo hubiesen permitido podría haberse dado cuenta que la estatua lloraba y que respiraba y que se apretaba los dedos viendo hacia el mar. Si en vez de voltearse y pararse para irse a la gran ciudad se hubiera detenido y se hubiera fijado una vez más en ella, se habría dado cuenta que su sombra contorneada por la sal le tapaba las zapatillas que le había regalado cuatro años atrás…

En la ciudad de los palacios,

México, D.F.

02 octubre 2006

VARGAS GÓMEZ

1.10.06

Florencia

Se encontraban sentados tomados de la mano y apartados del bullicio de la gran ciudad. Sus ojos se juraban amor eterno y sus corazones parecían resentirlo de una manera especial, sabiendo que esta era una despedida y que la próxima vez que se vieran no tenía una fecha en particular, aunque si jurada.

- ¿Cómo haríamos? -preguntaba ella después de haber sido besada afuera de su hotel.

- Como sea posible y con una entrega total -le respondió él jurándole amor eterno en sus ojos.

Acto seguido se volvieron a besar, esta vez de una forma muy especial, con sangre en los labios y lágrimas en las venas. Ella se separó con los ojos muy cerrados y las manos que apretaban como plomo, y entreabrió muy despacio los ojos para decirle que era suya y de nadie más, le pidió que cuando regresara la hiciera suya y le entregara el mundo en un puño de rosas.

- Te haré el amor en la vida – le dijo él.

Un beso más. Se despidieron de manera temporal y ella salió apresurada del coche, como temiendo no querer hacerlo y quedarse para siempre con él de una buena vez. Él, después de verla entrar, arrancó con lágrimas en la mejilla y se dirigió con rumbo al monumento con forma de ángel que tenía enfrente. Un monumento extrañamente parecido a ella.


Con un chuyo en el corazón

SAUNA

Para que se rian un poco...y se cuiden de las miradas impertinentes



p.d. GRACIAS a los mensajes de apoyo y preguntas, la situación se encuentra estable y bajo control, muchas gracias!!!