19.11.07

Machote No. 1

“Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”

Heráclito


No nos detenemos a pensar en las consecuencias que la acción de un sencillo hombre –o mujer– pueden provocar en el transcurso de la historia. Desde la elección de erigir una casa en un monte o en un valle y que transformará, con el paso del tiempo, la percepción del lugar y el estilo de vida de sus habitantes. Desde una vuelta, un disparo al aire, un animal cazado, no nos detenemos a pensar en las consecuencias de una simple acción –decisión. Nuestro origen mismo es fruto de ese tipo de situaciones, desde el momento mismo en que somos concebidos.

Cuando los amantes se encuentran –o un desconocido con una desafortunada– y se produce un acto sexual, en ese minuto específico, permite la fertilización de un determinado óvulo con un espermatozoide de igual condición. Una fertilización que no podría darse de igual forma –con el mismo espermatozoide y el mismo óvulo– unas horas antes o después. Somos producto, desde nuestra concepción misma, de decisiones envueltas en un tiempo mortal, el tiempo del hombre. Tal pareciera que no podemos escaparnos de ello, aunque la pregunta sería: ¿deberíamos?

Así se nos pasa la vida en acciones concretadas con visión inmediata y no causal. ¿Por qué decidimos emprender determinado viaje? ¿por qué decidimos que no queríamos seguir adelante y nos hicimos a un lado en ese momento? ¿Por qué elegimos construir o destruir en algún lugar? Pienso inclusive en decisiones de personas que tuvieron un solo momento histórico para después no figurar y que su nombre se olvidara de los libros de historia; personajes que a lo largo de su vida vivieron de manera común, sin grandes giros ni perturbaciones en la sociedad en la que se encontraban hasta que se cruzaron con determinado individuo y su reacción ante él/ella provocó un cambio en la historia. Pienso en personajes como el hombre que le dijo a Hitler que no era aceptado en la Academia de Artes Plásticas y que lo llevó por otro rumbo en su vida, trágicamente de sobra conocido. Pienso también en personajes históricos con decisiones que en el momento se antojaban importantes y con el paso del tiempo se han valorado como trascendentales, como Chamberlain, contemporáneo de Hitler, que decidió volver a llamar a Churchill a las altas esferas de la política británica y, posteriormente, postularlo como Primer Ministro en lugar de su más cercano competidor. Pienso en Cervantes y su encierro con piratas moros durante varios años, que le darían elementos para escribir la más celebre obra de habla hispana. Pienso en Hidalgo y su decisión de no tomar la Ciudad de México. Pienso en los aztecas dejando huir al ejército de Cortés en lugar de perseguirlo en aquella “noche triste” –en la cual, por cierto, Cortés no lloró bajo un árbol–. Pienso en Agamenón dejando pasar el pretexto de Helena para invadir Troya. Pienso en tantos ejemplos, en palabras proferidas en determinado momento que serán recordadas pasado el tiempo y que provocarán ciertas decisiones. Pienso en silencios elegidos. Pienso en rumbos elegidos que llevan al encuentro con personas que hace tiempo no se veía. Pienso en mi propia vida. En nuestra propia vida.

Pareciera que nuestra vida la tomamos muchas veces como si fuera un taxista: llevar de un lugar a otro las situaciones y decisiones que se nos aparecen sin preguntarnos por las consecuencias de las mismas a largo plazo y en distintas direcciones –es decir en las vidas de los demás. Vehículo de destinos. El taxista no se pregunta por que va a determinado lugar el pasajero en turno, simplemente abre la puerta, pregunta la dirección, dibuja un mapa mental de la ruta más favorable y se dirige en esa dirección; el taxista no sabe si el hombre taciturno que se acaba de subir acaba de perder su empleo y llegará a su casa antes de tiempo para encontrar a su joven mujer desnuda en los brazos de otro hombre originando un drama; el taxista no se pregunta ni sabe si la joven que acaba de tomar como pasaje sufre una severa crisis nerviosa y después de un lago viaje en silencio hasta el punto de destino, se intoxicará con una sobredosis de tranquilizantes. El taxista no se pregunta si ese niño sentado con su madre en el asiento trasero llegará un día a ser Presidente de la República y, por voltear a ver una falda en medio de la calle, colisiona con otro coche, derivando en el fallecimiento de los tres tripulantes del coche –incluyendo el que hubiera sido Presidente y autor del resurgimiento del país. Fin del taxista, fin de la historia.

Tal pareciera que nos comportamos como taxistas de nuestro destino. Pareciera. También pareciera que, algunas veces, el destino nos utiliza como taxistas de la historia. Es cierto que no podemos clarificar las consecuencias de todos nuestros actos sobre nuestras vidas y menos sobre las vidas de terceros. Inclusive este texto se podría llenar de puro “y si…”, yéndonos a imaginar mundos paralelos, alternos, en los cuales no hubieran existido determinados personajes o se hubieran construido ciertas ciudades. Incluso este texto podría no haberse escrito si no estuviera sentado en la terraza de un café en un pueblo platero de Guerrero y previamente me hubiera subido a un teleférico para admirar la magnificencia de la obra humana y la diferencia que hubiera existido de haber elegido el monte vecino.

Arquitectos de nuestro destino suena acertado aunque, a mi parecer, pretencioso. Un arquitecto diseña y planea con borradores de por medio para poder dirigir la construcción de una obra. Nosotros no somos más que borradores de una existencia que no tiene forma de ser comparada con una alterna, el machote de una existencia erigida y sostenida en mitos, dioses, sospecha y, sobre todo, miedos. Decisiones que se cruzan en el devenir de la vida. Producto de nuestras decisiones y también de la de los demás. Por más millones de seres humanos que seamos al final pareciera entonces que somos un solo individuo al conjuntar nuestras decisiones y acciones. Desde el fornicio hasta un salto equivocado, nuestras acciones viven recreando el ambiente de esta, que preferimos llamar, la historia humana.

Taxco de Alarcón

17 noviembre 2007

VARGAS GÓMEZ

5.11.07

Un día más...

“¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?”

Joaquín Sabina


Se despertó. Como todos los días en los últimos seis meses, se despertó y se dirigió a la regadera. Se mojó. El agua caliente no lo reconfortaba como otros días; sentía una mancha, un lastre que no le permitía disfrutar de lo que los viejos tienden a llamar “un nuevo día”. No le importaba que tan nuevo fuera o si se trataba de día o de la noche.

- ¿Y si me fuera? –se preguntó en un susurro.

“Dónde”. Era la pregunta que le lanzaba el silencio disfrazado en las gotas de agua que repican en el suelo. Donde.

Hacía un buen rato que no se sentía así, quizá unos ocho meses, cuando había atravesado esa etapa tan difícil –situación que le duró medio año– y veía transcurrir su vida en una monotonía e impotencia tremendas ante la falta de actividad. Muchas cosas habían cambiado desde aquel entonces e inclusive llegó a pensar que eran momentos superados por completo.

Sin embargo, nada se supera por completo y todo tiene una continuación, lo que viene a alargar las cosas y, viéndolas desde la lejanía, convirtiéndolas en una sola serie de sucesos hilados y causales. Producto de las decisiones de cada individuo. Pero eso él no lo tomaba en cuenta, no por el momento, le sabía a mierda y no otorgaba descanso a su corazón cansado. Una pregunta más sería eso, una pregunta más. Desafortunadamente no se encontraba por los ánimos de estar respondiendo a exigencias sociales, posturas profesionales o ambiciones personales y quizá eso era una de las cosas que más le angustiaba, ya que significaba –para él– que no estaba seguro de lo que quería…o hacia donde iba.

Y así bajó a desayunar y, una vez terminado el magro desayuno, se dispuso a ir, como todos los días, al trabajo. El tránsito inconmensurable de todos los días: los carros, los neuróticos y las histéricas, los semáforos rojos que no extienden el verde, los incivilizados, la ruta más corta…“No logro entender ni aceptar las implicaciones que conllevaría mi desaparición. Sin duda estoy confundido, sin duda, sin embargo algo subyace muy dentro de mí…” pensaba mientras mantenía la mirada clavada al frente. Lo que más le angustiaba era no saber exactamente lo que tenía.

Al llegar a su oficina se encontró con un clima gélido. Trató de aclimatarse y no pudo. No estaba ni frío ni caliente. Parecía que ni siquiera estaba. La pantalla de su computadora encendida reflejaba igual inactividad. Revisó lentamente la lista de pendientes. “Bastantes”, murmuró mientras repasaba los garabatos escritos apresuradamente el viernes anterior, cuando lleno de expectativas, salió corriendo de la oficina rumbo al concierto. Bastantes y con poca disposición para solucionarlos.

Volteó de nuevo hacia la pantalla y abrió el procesador de textos. El cursor parpadeaba, expectante, mientras él se decidía a ponerse a escribir o a contestar correos electrónicos interminables que derivaban en él de una u otra forma. Escribió.

En momentos como éste, quisiera saber si debo estar solo o no. No es que no distinga a la persona con quien me gustaría estar o con quien dejar de ser, es tan sólo que no distingo, dentro de mí, la necesidad de mi alma y de mi corazón.

No logro distinguir si acaso quisiera permanecer en una isla desierta y ahí dedicarme por entero –y por un tiempo determinado– al conocimiento de mi alma y al impávido escuchar de mi corazón o, por el contrario, sentarme en flor de loto con esa persona tan querida y desnudar mi sentir. Abrir mis ojos. Cerrar mis manos. Estar acompañado y así permanecer por un largo rato.

Más de lo mismo. Se estaba comenzando a cansar de su misma sensación, ya no sólo le provocaba confusión, ya también comenzaba a provocarle hastío. En ese momento, como respondiendo a una petición no formulada pero si pensada, sonó el teléfono. Era su novia:

- ¿Si? –preguntó sin quererlo así.

- ¡Hola, mi amor! –respondió ella, sabedora ya, un poco, de lo que desde un día antes le venía explotando misteriosamente.

- Hola, nena, buenos días.

- ¡Buenos días! ¿Cómo estás?

Silencio. Por cuatro largos segundos no se escuchó más que el teclear de algunas computadoras de los compañeros adormilados de la oficina.

- Bien, mi amor –mintió– tratando de empezar a trabajar.

- No te escucho bien –le desmintió.

- Bueno…no sé ¿recuerdas lo que te dije ayer? Me siento mal –disminuyó notoriamente el volumen de su voz–, no logro distinguir lo que necesito. Lo único que logro distinguir es una pena que me agobia, que me impide respirar. Es como un puño que radicara dentro de mi estómago y de ahí subiera, lentamente, hasta llegar a mi traquea y ahí apretara, me estrangulara –confesaba al tiempo que imitaba el movimiento con su mano– sin piedad.

- Mi amor…¿por qué no lo sacas? –preguntó ella inocentemente.

- No puedo. No puedo ni llorar, mis ojos me gritan y me acusan mi falta de sensibilidad al no poder soltar la marejada que contienen. No puedo, por más que quiero. Mi mente me traiciona, me marea –mi imaginación se oscurece, pensó– y mis miedos afloran al punto de pretender no ser más miedos e intentar convertirse en razones. Eso, mis miedos parecen razones…

- ¿Fue algo que dije? –preguntó temerosa.

- No, mi amor –aunque no estaba totalmente seguro– no sé porque estoy así. Ayer por la noche, después de la reunión obligada, al llegar a mi casa, comencé a sentirme así. Y me desespera. Me siento solo, esa es la verdad, sin saber si quisiera estar realmente solo o acompañado y no lo digo por ti, no lo tomes personal, por favor. Me siento confundido, sin saber que tengo que hacer, hacia dónde ir, con quien y de qué forma. Son tantas preguntas, mucho silencio. ¿Estoy dónde realmente quiero estar? Me pregunto si hago lo que tengo que hacer, sobre lo que tengo que decidir, si acaso sé hacia donde voy y si tengo que ir allí…

- Te amo –fue lo único que se escuchó del otro lado del auricular. Era una confesión sincera, sin duda. Era un sentir sincero y entregado, un tanto desesperado, muy al estilo de ella, que le hacía sentir que ella estaba con él.

- Yo también, eso no lo dudes.

Se dijeron unas cuantas cosas más y colgaron. Ambos estaban en sus respectivos trabajos y ese tipo de pláticas no se dan bien en una oficina y menos a esas horas del día. Se dispuso a trabajar. En ese momento, la luz se fue. Un pretexto para evitar el desempeño pero un motivo más para preguntarse el motivo de estar ahí sin poder hacer nada. Volteó a ver hacia la calle, por la diminuta ventana que tenía a su lado. El frío parecía ceder afuera mientras las personas –diminutas desde esa altura– caminaban apresuradas y metros antes de cruzarse ya trataban de evitarse, desviando ligeramente su camino.

Y se imaginó estando ahí afuera. Caminando sin evitar y vagando sin buscar. Sin esperar. Sólo caminar. Y se imaginó que se aventaba a través de la ventana que, aunque no se podía abrir –y menos romper y aunque se pudiera él no cabría a través– le permitía ver e imaginar lo que podría encontrar. En ese momento su ansiedad e incertidumbre se calmaron un poco. Se imaginó en parajes visitados en su pasado, en lugares donde había sido feliz y lugares donde había sido muy triste. Lugares que conoció y visitó solo. Se imaginó recorriendo un río debajo del mar, siguiendo la corriente. Se imaginó en una posición diferente, conociendo personas diferentes, escribiendo sus historias a la orilla de una puente romano. Y se imaginó un futuro, leyendo en una cabaña, sentado en una mecedora, uno de tantos libros con niños a su alrededor ansiosos por conocer tiempos distintos e historias algo interpretadas. Y se imaginó satisfecho, se imaginó acompañado de una viejecilla con cara borrosa pero que sentía había estado con él más de la mitad de su vida. Y se imaginó caminando por una montaña. Y se imaginó aventando letras. Y se imaginó siendo un bosque palpitante y exuberante. Y se imaginó siendo un martillo. Y se imaginó siendo un águila. Y se imaginó volando.

Y se aventó…

Un día más

05 noviembre 2007

VARGAS GÓMEZ


Noches de boda

Los dejo con esta hermosísima canción del señor Sabina...

Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.

Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.

Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de boda,
que no se ponga la luna de miel.

Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.


gracias...
LBVG
05 nov 07