30.1.05

Encrucijada 1

Escribiré esta reflexión en una serie de tres (3) columnas. Lo aclaro de esta forma para que les sea más fácil dar seguimiento.

Me dispongo a decidir el camino quizá más trascendente en mi vida. De un año a la fecha no he dejado de tomar decisiones que han afectado -para bien o para mal- mi vida. Desde que abordé el avión que me llevó a España, a la fecha, han sido continuas decisiones de peso en mis escasos e impotentes veintidós años. Confirmo, impotentes años puesto que me he llegado a enfrentar a obstáculos que primeramente pense que libraría con un suspiro, sin embargo, el tiempo y la vida me fueron enseñando que me falta mucho por aprender y que me faltaba endurecer todavía más -muchísimo más- mi espíritu y mi corazón.

Esta encrucijada tiene el nombre de una persona en el letrero, sin embargo es engañosa la dirección. Engañosa en tanto no porque el nombre aparezca en el letrero significa que es lo más importante, simplemente que es lo que se encuentra a flor de piel. Lo más importante parece ser el código postal y ahí percibo dos diferencias: modificar y reestructurar. Hasta el momento opto por la reestructuración, sin embargo falta ver. Falta ver, puesto que, antes de dar el primer paso por cualquiera de esos caminos, me encuentro sentado en medio de los dos. Esperando. Sentado. Fumando un cigarro y esperando a que la colilla me queme el dedo y me despierte del sopor. Sentado, tomando el tiempo que me hacía falta para retomar el control de mi vida, una vida que se va y que yo, con la prisa desmedida, traté de acelerarla más sin quererlo así.

Falta ver...Puesto que todavía tengo que arreglarme yo mismo, mis lentes, los lentes del alma y corazón, que se quebraron de una pata y no se sostienen. Necesito arreglar esos lentes para poder ver bien el nombre y dirección de los caminos y así tomar una decisión. Sólo espero que cuando haga eso me confirme la dirección que deseo tomar. Y digo lo anterior porque no todo lo que deseamos lo tenemos ni lo podemos tener. Espero que aquello que mi corazón clama encuentre empatía con aquello que mi alma observe pasado el momento...

Hola

Esta es la primera nota que escribo de muchas más que vendrán. Esta será realmente corta puesto que me encuentro cansado y no tengo muchos animos de escribir ahorita, sin embargo, quería dejar patente el sentimiento y, digámoslo así (jaja), el discurso de bienvenida.
"Ciertamente" (tono Fox) esta es una oportunidad para mi -expresándome y, quizá encontrando un editor que quiera publicarme y de compartir con ustedes mi interior-y ustedes para conocerme más o mejor. Por el momento anexo mi más reciente reflexión, espero les guste y, porfavor, dejen sus notas para saber su opinión.
Con mucho cariño,
Luis

p.d. Alguien BORRE el 14 de febrero por favor!

28.1.05

De dioses en la tierra del olvido

De dioses en la tierra del olvido

I think they love no Art
Who break the crystal of a poet’s heart
That small and sickly eyes may glare or gloat
[1]

¿Cómo decirle a alguien que no te quiera? ¿Cómo traspasas la delgada línea del respeto y la agresión defensiva? ¿Cómo prohibirle a alguien que se infle por ti en los días y llore lágrimas de sangre durante las noches?
Decidimos entregar nuestra alma a una persona sin preocuparnos por ponerle un hilo que ate el regalo a nuestro ser y quizá no sea necesario; quizá amor es eso, entregar sin vacilaciones ni cabildeos con los amigos, simplemente entrega total en pos del deseo y anhelo reflejados en esa persona. El objeto del amor es amar, ni más ni menos.
Decidimos que no nos importa si entiende o no el motivo de nuestra locura –después de todo, ¿no es una locura el amor? Perder todo tipo de individualidad protectora…–, simplemente vamos y aventamos nuestra alma esperando que esa persona la mire y después se la coma. Tremendo el acto de comer y no guardar, puesto que al comer-nos hace suya enteramente, por un momento, nuestra fractura, y recorremos su cuerpo desde el estomago al corazón, viendo con sus ojos y sintiendo con su piel.
Decidimos que no necesitamos a nadie más. Nadie más. Sólo esa persona. Le pido a gritos que me coma y decide olerme. ¡CÓMEME! Un avance entrar por el olfato, pero necesito que me muerda y degluta. Quiero que me coma y no salir nunca más. Y si no lo sabes no importa, yo se lo que siento, yo se lo que cortan después esos labios rojos afilados. Quedarme como proteína esencial en su funcionamiento diario.
Sucede que las personas nos aburrimos de tener lo que tenemos y queremos sufrir. Somos seres fatalistas en busca de lo inexpugnablemente escondido. Somos seres insatisfechos, miedosos de nuestro propio reflejo en el otro y la temporalidad del mismo, que siempre deseamos. Seres acobardados por la continua presencia de nuestros fantasmas que nos cobijan y muerden la almohada…Nos regodeamos en la recreación de satisfacciones imaginarias u objetos que no existen para satisfacer nuestra necesidad ¿Qué necesidad…?
Sucede que nos amedrentamos a nosotros mismos con la idea de encontrar satisfecho el deseo en ese objeto, en ésa. Y nos damos la vuelta, vomitamos lo deglutido, puesto que cagarlo sería aceptar –qué así es en realidad– que nos quedamos con esa persona dentro de nuestro referente, y con los ojos en blanco decimos adiós… ¿Adiós? ¿A dios? ¿A qué mentado dios? Al dios de la tierra del olvido. “Si quieres encontrarme, ya sabes dónde estoy…” Escrito dios con minúsculas –denotando su pusilanimidad– y con el sueño guajiro de llegar a serlo, cuando en verdad apenas alcanzaría a ser un semi-dios con papel de tercera parte en la presentación de un mito originario.
Sin embargo, la anterior parece ser la menos cruda de las soluciones. Por lo menos la palabra está de por medio. El silencio suena aún más tremendo; en el silencio “de los ojos blancos” nos niegan, nos dejan de nombrar y dejamos de existir para ésa. Suena aún más tremendo considerando que la palabra es el origen del Ser, y en el hecho de que no nos nombren conlleva una exclusión, al ser nuestro nombre parte de nuestra identidad, de nuestro ser. En este silencio no sólo pierde nombramiento nuestro ser –que es Lo dicho– sino que imposibilita consecuentemente la existencia de nuestro no-ser –Lo no dicho–. En este silencio el duelo se antoja aún más largo y quizá interminable. El dolor es un instante inmenso sin estaciones ni paradas. La afirmación “ya sabes dónde estoy” ni siquiera tiene cabida en la situación. No es cierto eso de que no hay mal que dure 100 años…Hay malestares que nos acompañan desde que el hombre se llama a sí mismo Hombre.
Y sin embargo, hay gente que cree ya no tenerle miedo a la vida. Que quiere coronarse dios en la tierra del olvido. Que cree sentirse con la autoridad y existencia necesarias para prohibirle el amor a la otra persona. Que cree no tener miedo más que a la corona misma y sus fantasmas los traspasa en franquicia universal. Que cree que la limitación de espíritu es sana y la vanidad el valor más anhelado…Que en realidad el odio los ciega y la vanidad cose sus párpados con hilos de acero. Y el odio es la eterna negación de nuestro ser. Odio originado por el miedo a la libertad y al cuerpo descarnado con el corazón desangrado de amor. Odio por no querer entender al otro e imponer decisiones “biliares”. Vanidad porque sólo aquellos que no son vanidosos pueden amar a otro que no sean ellos mismos, porque se alejan del egoísmo y entran al amor, amor convenido con nuestra alma y conveniente a nuestro cuerpo y ser.
En realidad todo debe de salir de nosotros. De nada sirve decirle, gritarle o rogarle a una persona lo que no siente y no puede entender. Eso no significa que no lo sentirá, quizá mañana lo sienta o quizá poco antes de morir, pero en ese momento no. Y lo terrible es que no podemos hacer nada para evitarlo. La barrera impuesta por la negación es infranqueable para nuestro propio ser.
El peso que puede llegar a crear el amor de otra persona sobre uno mismo puede resultar terriblemente pesado si es que uno no se encuentra lo suficientemente liberado como para responder a ello. El peso del amor de una persona hacia nosotros puede significar, si no lo sabemos enfrentar, limitación de la limitación, y contra-cara del espejo de la vanidad. Sin embargo creo existe un caso en el cuál la situación es quizá más dramática por la “inocencia” del ser amado, y es cuando alguien más sin tú esperarlo, quererlo y pensarlo, deposita su amor en ti y tú ves a la persona como alguien más en tu entorno. Aun así parece despiadada la imposición y prohibición, ¿cómo decirle a alguien que no te quiera sin romperle el corazón y fustigarle el alma?
Quizá (y digo quizá porque ya no se con certeza donde ubicar a los actores en este drama) no siempre está en nosotros mismos dañar al otro. Quizá, si nosotros fuimos lo más honestos posibles, directos y humanos, la otra persona sufrirá pero no por designio directamente nuestro, sino por ella misma y la sentencia la aplicará su dedo reflejado en nuestros ojos. De cualquier forma no dejamos de ser responsables del hecho. De cualquier forma, la vida no es cómo las películas moralistas hollywoodenses…aquí el “bueno” no gana.
Ya lo dijo Wilde encarcelado y vinculado en De profundis, “…Los dioses son extraños. No sólo emplean nuestros vicios como instrumentos para flagelarnos, sino que nos conducen a la ruina por medio de lo bueno, amable, humano que hay en nosotros”.

[1] No aman el Arte aquellos que destrozan/el cristal de que está hecho el corazón/de un poeta, a fin de que lo vean/los malignos ojillos indignados. WILDE, Oscar. Uncollected poems.