8.4.08

Del sentir

Mientras tenga fuerzas y amor, nunca abandonaré este blog. Es una parte de mí.


Las relaciones humanas son, sin duda, uno de los temas más complejos de tratar, analizar pero, sobre todo, de vivir. Somos seres apenas y complejos –no he encontrado una palabra que sintetice con mayor exactitud el sentido– cuyos fantasmas, miedos, sentir, referentes y, sobre todo, naturaleza fracturada, nos hacen crear todo un imaginario, por demás, difícil de entender y siempre cambiante, siempre expectante. Siempre evasivo –aunque pareciera todo lo contrario, uno se adapta no se adapta a uno.

Perdido en los hilos de amargura que entretejen nuestros amores, caminamos. No soy nadie, definitivamente, para venir a sentenciar a nuestra sociedad y a nuestro mundo sobre las formas que tenemos de entregarnos y de amar. No tengo libros en los estantes de las librerías más importantes del mundo ni me leen en un callejón oscuro a la luz de una vela. No me invitan a conferencias sobre el curso socioeconómico mundial –ni siquiera de mi país– y la última vez que asistí a Davos y a Estocolmo fue un sueño poco más que mojado. Y no es que no sea nadie, vamos, que considero que soy y bastante, sin embargo mi voz no tiene la autoridad para cambiar macrosistemas –aún– más que dentro de mi círculo muy cercano y matizado. Y, la verdad, no me preocupa en este preciso momento (quizá en unos meses, año, lustros o nunca). En este preciso momento lo que me preocupa es mi corazón, un corazón por demás atosigado, raudo –palpitante es decir poco–, kilometrado, abusado, comprometido y muy apasionado. Muy. Y de paso, ¿por qué no? complejo.

Si somos complejos, nuestras relaciones amorosas lo son aún más. Desde el momento en que decidimos que queremos y necesitamos estar con otra persona, desde ese momento hay algo muy complejo dentro de nuestro pensar y sentir que nos empuja a querer aventarle al otro(a) nuestros problemas, frustraciones, fantasmas, etc. con el pretexto de una rosa tatuada con versos de amor y entrega eterna. No hay nada más raro, a mi forma de percibir al ser humano, que esa extraña y placentera necesidad de amar a alguien. Amorir, se debería de llamar también: amor-ir, a-morir. Next to you

Ahora mismo me siento como un ferrocarril que ha sido obligado a cambiar de velocidad de manera súbita –sin ninguna aceleración de por medio– y cuya carrocería y motor lo ha resentido de manera significativa. Me siento, como nunca antes, amante. Amante no en la concepción original, que no se pregunta, que no se preocupa, que no sueña, que sólo vive. No soy ese amante, más bien otro, que se enamoró y después comenzó a amar. Me siento desangrar con cada recuerdo y saboreando cada momento en que esa gota puede caer por un motivo y persona en especial. Me siento feliz de poder amar así y entregarme incondicionalmente. Con miedos, sí, pero incondicionalmente.

¿Por qué? –pregunta a la mitad del cuestionamiento y que me interrumpe el pensamiento.

Sigo con la línea de nuestra placentera pero extraña necesidad de amar y con ella tenemos que acompañarnos –en el texto y en el camino– de los miedos. Nuestros miedos. Esos golpes que recibimos en el pasado; esa sangre que no termina por coagular en la comisura de los labios; esa sombra que se proyecta frente a la luz. Esos miedos también nos los llevamos y se enfrentan a una suerte de colisión universal con los del otro(a). Y no hay un vencedor. Los dos se derrotan. Es una batalla encarnizada que, sin embargo, no pierde su carácter de “hospitalaria”, después de todo ¿no invitamos nosotros a la otra persona a nuestra vida? La única violencia hospitalaria que puede existir en este mundo. Así, en este contexto tan especial, se da el ambiente propicio para que crezca el sentir del amor.

Los únicos que no tienen miedo son los muertos.

El amor, pareciera, no es otra cosa que una suerte de apuesta, la más cara de todas, en la cual apostamos nuestros miedos y nuestro ser porque el otro(a) nos pueda aceptar con ello. Es la apuesta más cara de todas. Es la apuesta que todos hemos hecho o querido hacer por lo menos una vez en nuestra vida. Si. Y con la apuesta vienen reclamos. Reclamos nuestros que terminamos por aventarlos a la otra persona, intentando deshacernos de fardos que podemos llevar a cuestas. El amor también tiene que ser fuerte, muy fuerte, para poder soportar los cambios, las vicisitudes, de lo contrario no aguantará. El amor tiene que dejar de estar enamorado, de lo contrario no trascendería al no poder observar y aceptar los defectos de la otra persona. El amor tiene que ser sincero, lo suficiente como para aceptar sin más la dependencia que se genera a partir de una relación y que no es una dependencia física o material, es una dependencia espiritual, sentimental. Dependemos del otro(a). Sin más. Y eso creo que es uno de los pasos más difíciles de dar como individuo, primero, para poder dar el otro paso como pareja: entender que se dependerá. Que se construirá. Y que no es malo. Es normal. Lo más normal que puede ser dentro de algo tan normal como puede ser el amor.

¿Como controlar los sentimientos? No se pueden controlar. Nuestro cerebro, razón, nos puede dar uno y mil argumentos, inclusive consejos sobre situaciones pasadas. Sin embargo sobre el sentir no se gobierna. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, dice Pascal. El sentir, el amor, tiene sus propias explicaciones, sólo así se puede entender que permitamos que ciertas acciones sólo se le toleren/acepten a algunas personas y a otras no. Sólo así podemos entender porque necesitamos no separarnos de la otra persona. Nunca. Porque la palabra “muégano” se utiliza. Porque es tan maravilloso dejar a los amigos, conocidos y todo lo demás por sentarse de la mano con el amor a observar el día. Porque es así el amor, simplemente por eso. Y eso ha sido así y no cambiará. Porque hay un momento en el amor en que se vuelve tan intenso que se muere de amor y se mata de amor. Una vez que sucede, se transformará en algo aún más grande.

Y al final se resume a eso, a que sentimos. A que no somos unas máquinas y menos productos diseñados exclusivamente a gastar o transitar sin rumbo. Somos seres pulsionales. Sentimos. Del sentir diariamente. Del amar. Somos seres destinados, por nuestra misma condición humana, fracturada, temerosa, incompleta, a necesitar de alguien, a depender del género y a desear a nuestro objeto de deseo. A amar, desear amar y ser amado.

Como dice el poeta: y sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño

y con todas si duermes a mi lado y si te vas, me voy por los tejados, como un gato sin dueño…

Escrito entre el 02 de abril y hoy, 08 de abril.

VARGAS GÓMEZ

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