26.12.07

Del parecido estelar

Siendo una estrella la combinación de diversos elementos, de periodos, de energías, de tiempos y, sobre todo, de espacios, vagamos por el espacio terrenal dispuestos a fundirnos con otra energía y formar estrellas. Estrellas que iluminen espacios.
Las relaciones en nuestro mundo son como las estrellas. Las estrellas son únicas, parecidas todas ellas en la composición, diferentes en tamaño, medidas en su energía y resplandor, pero todas diferentes. Así son las relaciones. Las relaciones amorosas, esas que transmiten calor, fuego, energía, son únicas, parecidas en composición y medidas socialmente, sin embargo diferentes.
Las estrellas –que no los planetas– se forman a lo largo y ancho del universo y las hay de diversos tipos: enanas, azules, rojas, gigantescas… cada una cumple una función en particular –y al momento que se juntan dos estrellas una colisión descomunal ocurre– y es diferente en tanto no es la misma. Una relación de obviedad. Las estrellas que tenemos en mente más a menudo, que son las que nos enseñan en la casa y en la escuela, son esas que parecen eternas, bellas, inexpugnables –aunque no sean ninguna de estas– brillantes y que posibilitan la vida. Armoniosas. Pareciera que estarán ahí por siempre y que sin ellas todo lo que las rodea se perdería. Muchas hay como esas. Y todas ellas habrán de morir, algún día.
Sin embargo, también hay estrellas que se crean en el momento menos indicado –aunque si es el oportuno– y en el lugar menos adecuado –aunque sea el propicio–; esas tristes estrellas, tristes, están condenadas a desaparecer más pronto que temprano. Aún así, su misión fue juntar los elementos que las formaron para brillar por un breve espacio y después desaparecer, dejando un rastro inmenso de destrucción, un estallido que desentona a la gravedad y dispersa los elementos que la constituyeron. Esas estrellas cumplieron un propósito en específico al entregar, con su creación e inminente destrucción, orden y proceso dentro del sistema caótico universal.
Las relaciones también las hay así. Aquellas que parecen bellas, inexpugnables y eternas. Enormes y brillantes gracias a que se juntaron los elementos adecuados para formar en el espacio idóneo esa relación, una relación que proveerá de vida y orden en un minúsculo espacio del orden universal. Sus elementos, en algún momento, fueron parte de otras estrellas –e inclusive planetas, ensimismamiento del individuo con la obligación de, en algún momento, trascender y convertirse en estrella– y llegaron hasta ese lugar para posibilitar lo que ahora es…a partir de lo que ya no será más.
Y esas otras, aquellas que ya no son más, las efímeras, las pequeñas, las condenadas por la gravedad –o la encopetada crítica social– son olvidadas. Pareciera que lo que las rodea, al momento de crearse, ya las lloran sin antes terminar de ver su cometido. Las avientan a la destrucción y se alejan sabiendo que terminarán por estallar, aún antes de verse iluminadas por su primer brillo. Pobres estrellas pequeñas, pero aún más pobres los demás elementos y estrellas soberbias que las juzgan sin saber que algún día fueron parte –o serán– de una pequeña. Así son estas relaciones, efímeras, enérgicas o juzgadas, pero que proveen de la suficiente materia para poder construir una estrella más grande. Pobres de los astrónomos que se la viven espiando a las pequeñas –como padres amorosos, ciegos de razón y con un pasado enterrado– y condenando desde un momento su aparición; no saben que quizá, si esos elementos se juntaran en otro espacio lograrían crear estrellas aún más grandes que las que sus telescopios han logrado visualizar.
El consuelo de estas pequeñas es que, a pesar de estar condenadas a la desaparición, al igual que las grandes y los astrónomos expectantes, es que tienen la capacidad de moverse. De trasladarse y trascender. De alejarse de la mirada expectante del astrónomo o del fulgor quemante de las grandes. De alejarse de las energías que las oprimen, justo cuando más energía poseen y entonces sí, crecer y dejar de ser pequeñas, para convertirse en un astro brillante y que, en apariencia, no dejará jamás de existir. Todo depende de ellas, es su único consuelo. Es su único momento.
Y es que al final, nos parecemos tanto, cuando estamos juntos, a las estrellas.

Entre estrellas y planetas.
Managua, Nicaragua.
VARGAS GÓMEZ
26 diciembre 2007

16.12.07

Al lado del camino

Espero que todos estén bien -¡vaya forma de iniciar mi texto!-, les dejo estas letras que, sin duda, no creo que pudieran acomodar mejor en este momento de mi vida...
Gracias por siempre estar ahí, amigos.

me gusta estar a un lado del camino
fumando el humo mientras todo pasa
me gusta abrir los ojos y estar vivo
tener que vérmelas con la resaca
entonces navegar se hace preciso
en barcos que se estrellen en la nada
vivir atormentado de sentido
creo que ésta, sí, es la parte mas pesada

en tiempos donde nadie escucha a nadie
en tiempos donde todos contra todos
en tiempos egoístas y mezquinos
en tiempos donde siempre estamos solos
habría que declararse incompetente
en todas las materias de mercado
habría que declararse un inocente
o habría que ser abyecto y desalmado
yo ya no pertenezco a ningún istmo
me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a mi me puso en otro lado
tendré que hacer lo que es y no debido
tendré que hacer el bien y hacer el daño
no olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano

no es bueno hacerse de enemigos
que no están a la altura del conflicto
que piensan que hacen una guerra
y se hacen pis encima como chicos
que rondan por siniestros ministerios
haciendo la parodia del artista
que todo lo que brilla en este mundo
tan sólo les da caspa y les da envidia.
yo era un pibe triste y encantado
de Beatles, caña Legui y maravillas
los libros, las canciones y los pianos
el cine, las traiciones, los enigmas
mi padre, la cerveza, las pastillas los misterios el whisky malo
los óleos, el amor, los escenarios
el hambre, el frío, el crimen, el dinero y mis 10 tías
me hicieron este hombre enreverado

si alguna vez me cruzas por la calle
regálame tu beso y no te aflijas
si ves que estoy pensando en otra cosa
no es nada malo, es que pasó una brisa
la brisa de la muerte enamorada
que ronda como un ángel asesino
mas no te asustes siempre se me pasa
es solo la intuición de mi destino

me gusta estar a un lado del camino
fumando el humo mientras todo pasa
me gusta regresarme del olvido
para acordarme en sueños de mi casa
del chico que jugaba a la pelota
del 49585
nadie nos prometió un jardín de rosas
hablamos del peligro de estar vivo
no vine a divertir a tu familia
mientras el mundo se cae a pedazos
me gusta estar al lado del camino
me gusta sentirte a mi lado
me gusta estar al lado del camino
dormirte cada noche entre mis brazos
al lado del camino
al lado del camino
al lado del camino
es mas entretenido y mas barato
al lado del camino
al lado del camino


Fito Paez.
16 diciembre 2007
VARGAS GÓMEZ

11.12.07

Del rencor y sus penumbras

Me dieron ganas de retomar un texto que escribí no hace mucho, hace tan sólo unos meses, este mismo año. Lo retomo por varias razones, la principal -para no exponer todo un caso que ha acontecido en mi vida con una persona, de por sí, indeseable- porque estaba revisando el otro blog que cree y que por circunstancias diversas pocas personas llegaron a visitar...

El texto se titula igual que esta columna y, bueno, se los dejo, así como yo me dejo por aquí...a ver que les parece, por lo pronto les mando un abrazo y si, es una verdadera penumbra el rencor...

Quizá no haya sentimiento más destructivo que el rencor. En estos momentos me vienen a la mente –y mi corazón se estremece al recordarlos– algunos sentimientos parecidos como el resentimiento o el odio, sin embargo no creo que estén a la altura demoledora del rencor.

El odio, por ejemplo, es más un sentimiento que se provee de una acción pasada con un otro o suceso y que, al afectar algunas fibras de nuestra existencia, nos provoca un sentimiento de repulsión al grado de no querer tener que ver más con el objeto que nos haya provocado dicho sentimiento.

El resentimiento, por otro lado, surge a partir de un sentimiento no correspondido –y vale la pena subrayar la importancia de lo que el sujeto en cuestión esperaba obtener del otro– y que deja secuelas en nuestro corazón sobre el comportamiento del otro con nosotros, provocando recelo en futuras interacciones y que radica, principalmente y como lo acabo de especificar, en nuestro corazón y nuestros propios fantasmas que se proyectan sobre deseos frustrados.

El rencor es acción pasada, sentimiento no correspondido y daño permanente. El rencor se conjuga en pretérito, futuro y pospretérito. El rencor se anida en tu corazón y controla tus acciones, instigándote a golpear donde más le duela al otro. El rencor te quita el sueño porque te pone a cavilar sobre nuevas formas de destrucción y venganza a corto, mediano y largo plazo al mismo tiempo. En verdad no creo que haya sentimiento más destructivo que el rencor.

El rencor es atravesar el camino en medio de las penumbras, en ese momento en que no está totalmente oscuro como para no ver nada pero que no hay la suficiente luz como para distinguir lo que nos rodea, tiñéndolo todo de sombras. Es pensar que esas sombras son el mismo enemigo que está al acecho y que en cualquier momento nos quiere dañar y por lo mismo ir golpeando todas las sombras.

El rencor vive y se reproduce entre penumbras, jamás a la luz directa del sol. Aquel que vive con rencor, pues, es aquel que camina solo por un valle de sombras.

Y lo que me resulta sorprendente es que en mi diario caminar me encuentro con muchas personas que caminan con rencor. Es voltear y ver figuras que se desdibujan, borrosas, grises, que se cruzan en tu camino.

Después de mucho cavilar he llegado a la conclusión que si viven con rencor es porque, irónicamente, el rencor les permite seguir viviendo así. Lamentándose. Curioso, pero después de pensarlo mucho y otro tanto más, el rencor radica en el lamento propio, en el orgullo herido y no en lo que –propiamente dicho– hizo o dejó de hacer el otro. Vivir en la penumbra del rencor es caminar herido en el orgullo propio por que el otro nos hirió y lo que más causa dolor –y el surgimiento del rencor– es el sentirnos traicionados. Es vivir en esa acción pasada recordando lo que nosotros no dejamos de hacer, saborear el sentimiento no correspondido enjuagándonos los labios y la entrepierna con lo que nosotros entregamos, sentir el daño permanente deseando que el otro sienta lo que nosotros sentimos tres veces más.

Y al final el rencor lleva, curiosamente, su nombre con nuestro apellido.

11 diciembre 2007

VARGAS GÓMEZ