5.11.07

Un día más...

“¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?”

Joaquín Sabina


Se despertó. Como todos los días en los últimos seis meses, se despertó y se dirigió a la regadera. Se mojó. El agua caliente no lo reconfortaba como otros días; sentía una mancha, un lastre que no le permitía disfrutar de lo que los viejos tienden a llamar “un nuevo día”. No le importaba que tan nuevo fuera o si se trataba de día o de la noche.

- ¿Y si me fuera? –se preguntó en un susurro.

“Dónde”. Era la pregunta que le lanzaba el silencio disfrazado en las gotas de agua que repican en el suelo. Donde.

Hacía un buen rato que no se sentía así, quizá unos ocho meses, cuando había atravesado esa etapa tan difícil –situación que le duró medio año– y veía transcurrir su vida en una monotonía e impotencia tremendas ante la falta de actividad. Muchas cosas habían cambiado desde aquel entonces e inclusive llegó a pensar que eran momentos superados por completo.

Sin embargo, nada se supera por completo y todo tiene una continuación, lo que viene a alargar las cosas y, viéndolas desde la lejanía, convirtiéndolas en una sola serie de sucesos hilados y causales. Producto de las decisiones de cada individuo. Pero eso él no lo tomaba en cuenta, no por el momento, le sabía a mierda y no otorgaba descanso a su corazón cansado. Una pregunta más sería eso, una pregunta más. Desafortunadamente no se encontraba por los ánimos de estar respondiendo a exigencias sociales, posturas profesionales o ambiciones personales y quizá eso era una de las cosas que más le angustiaba, ya que significaba –para él– que no estaba seguro de lo que quería…o hacia donde iba.

Y así bajó a desayunar y, una vez terminado el magro desayuno, se dispuso a ir, como todos los días, al trabajo. El tránsito inconmensurable de todos los días: los carros, los neuróticos y las histéricas, los semáforos rojos que no extienden el verde, los incivilizados, la ruta más corta…“No logro entender ni aceptar las implicaciones que conllevaría mi desaparición. Sin duda estoy confundido, sin duda, sin embargo algo subyace muy dentro de mí…” pensaba mientras mantenía la mirada clavada al frente. Lo que más le angustiaba era no saber exactamente lo que tenía.

Al llegar a su oficina se encontró con un clima gélido. Trató de aclimatarse y no pudo. No estaba ni frío ni caliente. Parecía que ni siquiera estaba. La pantalla de su computadora encendida reflejaba igual inactividad. Revisó lentamente la lista de pendientes. “Bastantes”, murmuró mientras repasaba los garabatos escritos apresuradamente el viernes anterior, cuando lleno de expectativas, salió corriendo de la oficina rumbo al concierto. Bastantes y con poca disposición para solucionarlos.

Volteó de nuevo hacia la pantalla y abrió el procesador de textos. El cursor parpadeaba, expectante, mientras él se decidía a ponerse a escribir o a contestar correos electrónicos interminables que derivaban en él de una u otra forma. Escribió.

En momentos como éste, quisiera saber si debo estar solo o no. No es que no distinga a la persona con quien me gustaría estar o con quien dejar de ser, es tan sólo que no distingo, dentro de mí, la necesidad de mi alma y de mi corazón.

No logro distinguir si acaso quisiera permanecer en una isla desierta y ahí dedicarme por entero –y por un tiempo determinado– al conocimiento de mi alma y al impávido escuchar de mi corazón o, por el contrario, sentarme en flor de loto con esa persona tan querida y desnudar mi sentir. Abrir mis ojos. Cerrar mis manos. Estar acompañado y así permanecer por un largo rato.

Más de lo mismo. Se estaba comenzando a cansar de su misma sensación, ya no sólo le provocaba confusión, ya también comenzaba a provocarle hastío. En ese momento, como respondiendo a una petición no formulada pero si pensada, sonó el teléfono. Era su novia:

- ¿Si? –preguntó sin quererlo así.

- ¡Hola, mi amor! –respondió ella, sabedora ya, un poco, de lo que desde un día antes le venía explotando misteriosamente.

- Hola, nena, buenos días.

- ¡Buenos días! ¿Cómo estás?

Silencio. Por cuatro largos segundos no se escuchó más que el teclear de algunas computadoras de los compañeros adormilados de la oficina.

- Bien, mi amor –mintió– tratando de empezar a trabajar.

- No te escucho bien –le desmintió.

- Bueno…no sé ¿recuerdas lo que te dije ayer? Me siento mal –disminuyó notoriamente el volumen de su voz–, no logro distinguir lo que necesito. Lo único que logro distinguir es una pena que me agobia, que me impide respirar. Es como un puño que radicara dentro de mi estómago y de ahí subiera, lentamente, hasta llegar a mi traquea y ahí apretara, me estrangulara –confesaba al tiempo que imitaba el movimiento con su mano– sin piedad.

- Mi amor…¿por qué no lo sacas? –preguntó ella inocentemente.

- No puedo. No puedo ni llorar, mis ojos me gritan y me acusan mi falta de sensibilidad al no poder soltar la marejada que contienen. No puedo, por más que quiero. Mi mente me traiciona, me marea –mi imaginación se oscurece, pensó– y mis miedos afloran al punto de pretender no ser más miedos e intentar convertirse en razones. Eso, mis miedos parecen razones…

- ¿Fue algo que dije? –preguntó temerosa.

- No, mi amor –aunque no estaba totalmente seguro– no sé porque estoy así. Ayer por la noche, después de la reunión obligada, al llegar a mi casa, comencé a sentirme así. Y me desespera. Me siento solo, esa es la verdad, sin saber si quisiera estar realmente solo o acompañado y no lo digo por ti, no lo tomes personal, por favor. Me siento confundido, sin saber que tengo que hacer, hacia dónde ir, con quien y de qué forma. Son tantas preguntas, mucho silencio. ¿Estoy dónde realmente quiero estar? Me pregunto si hago lo que tengo que hacer, sobre lo que tengo que decidir, si acaso sé hacia donde voy y si tengo que ir allí…

- Te amo –fue lo único que se escuchó del otro lado del auricular. Era una confesión sincera, sin duda. Era un sentir sincero y entregado, un tanto desesperado, muy al estilo de ella, que le hacía sentir que ella estaba con él.

- Yo también, eso no lo dudes.

Se dijeron unas cuantas cosas más y colgaron. Ambos estaban en sus respectivos trabajos y ese tipo de pláticas no se dan bien en una oficina y menos a esas horas del día. Se dispuso a trabajar. En ese momento, la luz se fue. Un pretexto para evitar el desempeño pero un motivo más para preguntarse el motivo de estar ahí sin poder hacer nada. Volteó a ver hacia la calle, por la diminuta ventana que tenía a su lado. El frío parecía ceder afuera mientras las personas –diminutas desde esa altura– caminaban apresuradas y metros antes de cruzarse ya trataban de evitarse, desviando ligeramente su camino.

Y se imaginó estando ahí afuera. Caminando sin evitar y vagando sin buscar. Sin esperar. Sólo caminar. Y se imaginó que se aventaba a través de la ventana que, aunque no se podía abrir –y menos romper y aunque se pudiera él no cabría a través– le permitía ver e imaginar lo que podría encontrar. En ese momento su ansiedad e incertidumbre se calmaron un poco. Se imaginó en parajes visitados en su pasado, en lugares donde había sido feliz y lugares donde había sido muy triste. Lugares que conoció y visitó solo. Se imaginó recorriendo un río debajo del mar, siguiendo la corriente. Se imaginó en una posición diferente, conociendo personas diferentes, escribiendo sus historias a la orilla de una puente romano. Y se imaginó un futuro, leyendo en una cabaña, sentado en una mecedora, uno de tantos libros con niños a su alrededor ansiosos por conocer tiempos distintos e historias algo interpretadas. Y se imaginó satisfecho, se imaginó acompañado de una viejecilla con cara borrosa pero que sentía había estado con él más de la mitad de su vida. Y se imaginó caminando por una montaña. Y se imaginó aventando letras. Y se imaginó siendo un bosque palpitante y exuberante. Y se imaginó siendo un martillo. Y se imaginó siendo un águila. Y se imaginó volando.

Y se aventó…

Un día más

05 noviembre 2007

VARGAS GÓMEZ


3 comentarios:

J. F. Santoyo dijo...

Mmmhhh... toda esta historia con olor autobiográfico me hace pensar en varias cosas a la vez: ¿realmente buscamos lo que queremos? ¿realmente tenemos lo que merecemos? ¿realmente estamos donde debemos estar?

Una persona muy querida para mí me dijo alguna vez que "no hay casualidades sino causalidades" y que "todo lo que pasa tiene un por qué"; quizá muchas veces no conozcamos las respuestas o no entendamos los porqués, pero de que nosotros nos hemos construido y forjado nuestros caminos para llegar a donde estamos ahora es ineludible, lo que falta ahora es seguir avante, claro está, en el sentido amplio e íntegro de la palabra.

A pensar pues, pero no dejemos que esos lances x las ventanas sean hacia el suelo, sino hacia el firmamento...

Per Aspera Ad Astra compañero, saludos!!!!

J. F. Santoyo dijo...

Ya que lo preguntas: Per Aspera Ad Astra es una frase en latín que significa: por los caminos sinuosos o difíciles hacia el firmamento", es decir, que no importa que tan difícil sea el camino, siempre hay que aspirar a lo más alto.

Así se llama una rola de un grupo de Doom metal llamado Haggard, y esa rola habla de los problemas que Galileo tuvo con la Inquisición para exponer sus teorías y descubrimientos, y me encanta ese título proque es muy cierto. Saludos!!!!

Bastet dijo...

Que hermosas esas últimas doce líneas en que se imaginó tantas cosas...

Hablando de frases en latín , a mí me encanta esa que dice "festina lente" , que significa, "apresuráte lentamente"...

:x