Esta carta la escribí hace tiempo, no mucho, no poco. Hace tiempo. Va para ustedes, que también son hijos y a nosotros que algún día seremos padres y nos enfrentamos a la tremenda tarea de serlo. En especial, a mis padres que no se las había entregado puesto que no había sido el momento...
Papá y Mamá,
Disculpen que no inicie de una manera más formal o menos coloquial. Llevo 21 horas de sueño atrasado y mi capacidad de estructuración gramatical decidió irse con las maletas al compartimiento de equipaje. Sin embargo, el inicio muchas veces no es lo importante, sino su relación con el final.
Hace poco más de seis meses que no nos vemos y realmente no se como reaccionar no sólo ante su presencia, también a todo lo que esto conlleva. Nunca antes nos habíamos separado tanto y por tanto tiempo. Nunca antes había llorado mi corazón el darse cuenta que los tenía cerca y, al mismo tiempo, allende al mar. Seis meses que, cada quién a su manera y con sus problemas, supo afrontar. ¿Realmente hemos afrontado todo lo que se nos ha puesto enfrente? Y no me refiero a meras cuestiones superficiales sino modus vivendi, afecto, espíritu y corazón…
Volando sobre Canadá decidí que este fue mi primer viaje. Estoy contento pero no satisfecho, realicé cuestiones que no sólo mi espíritu pedía, también mi energía y conocimiento; me fui con muchas preguntas solucionadas aquí y regreso con otras, nuevas y sin responder. Estoy inquieto pero no desilusionado, podría haber sido en un viaje anterior, sin embargo mi momento fue éste y viví experiencias que no podría haber vivido en ningún viaje anterior o posterior.
Si tuviésemos que comparar a un ser humano con una máquina, seguro estaría compuesto por engranajes interminables y de perfección inestimable, diamante, combustible, computadoras y garantía por determinado periodo de tiempo. En esa máquina todas y cada una de las piezas que forman parte de ella son importantes y permiten a su vez el funcionamiento; si falta una, la siguiente no funciona. No fue sino hasta que estuve 5 horas en desidia total que me percaté de una pequeña rondana dentro de mi mecanismo que no había visualizado nunca antes en 21 años y medio…¿Cuántas y cuántas veces de niño no te avergüenzas de tus padres, si hacen esta o aquella cosa, cuando estás enfrente de tus amiguitos? ¿Cuántas ocasiones prefieres salir por tu parte a realizar viajes familiares? ¿Cuántos momentos se han perdido y se han postergado? Ambos ponemos pretextos, ustedes diciendo que es la adolescencia, nosotros argumentando que no entienden. Me parece que en realidad aquí nadie entiende.
5 horas después de estar rompiendo la crisálida en el aeropuerto de Schipol e impulsado por la mano de García Márquez contemple lo que no queremos ver. Acepté lo que se quiere obviar y –sigo sin saber si fue el efecto de cargar tanto en tan poco tiempo o alguna fuerza metafísica– me dolió un tanto. La respuesta y motivo radica en el miedo. Miedo a convertirnos en nuestros padres (pero no por rechazo, sino por temor a la responsabilidad que se les infiere) y a aceptarnos como parte de un todo y como un todo dividido en partes. Miedo a eso y a nosotros mismos reflejados en la familia y ustedes mismos. Miedo que nace en el eterno e irónico conflicto entre padres e hijos y que muta cuando estos se vuelven padres: dependencia-convivencia-independencia. Miedo que disfrazamos de inmadurez, indiferencia, soberbia, obtusidad y demás posiciones por ambas partes. Ambas partes.
Me llevó 21 años y medio descifrar lo expresado en dos párrafos y me llenó de una profunda satisfacción. Hasta ese momento me invadía la impaciencia por verlos, abrazarlos, discutir y disfrutar. Ahora sólo serenidad, por saber y remembrar lo vivido, y una impaciencia transformada en deseo de vivirlos al máximo como nube de agosto, cola de langosta y colilla de habano. Deseo de viajar con mi padre al fin del mundo y regresar más viejo y aún más joven. Deseo de volar con mi madre por nubes y galaxias, cielos y montañas. Deseo de vivirlos, no gozarlos, para poder recordarlos cuando me muera y cantar sus nombres por la noche a la luz de las estrellas y el sonido de los grillos poetas.
Gracias por regalarme mil y un vidas en una. Gracias por estar no como sombra sino como farol, solo en la calle, a momentos mástil en tormenta, a momentos referencia de citas prohibidas o paraguas diminuto de la lluvia inclemente. Simplemente, gracias por ser mis padres.
En algún lugar en los cielos del mundo, 09 de julio de 2004
4 comentarios:
Que padre escribes de tus papás. Me imagino que lo que sientes respecto a tus papás, mediante estas palabras pudiste compartirselo.
Y estoy segura que ellos se deben sentir muy orgullosos de tener un hijo como tú.
Luis, que bueno que seas un chavo tan sensible y que esto pueda ser transmitido con las palabras adecuadas.
Sigue siendo la persona tan linda que eres, nunca cambies.
Con cariño.
Armida.
vargas! wow! la verdad eske este escrito me kayo komo anillo al dedo porke presisamente en estos dias ando super chidpi ya ke lo mas probable es ke ya ahorita en marzo me vaya de mexico minimo 8 meses y algo que me ata es... mis padres y pues esta carta en realidad la sentí de alguna manera como mia y me proyecte. mil gracias Vargas, que chido y espero que se la hayas entregado, te mando un beso: PiLLy ... La MaRiPoSa VaKeRa! ;)
una vez mas lograste sacar mis lagrimitas.... solo te puedo decir eres un
excelente hijo y serás un excelente padre algun dia.... tkm liz
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