Nunca los días parecen los mismos desde aquella noche. Hasta hoy los recuerdos me asaltan y no me permiten pegar sueño. Me impiden cerrar los ojos temiendo que, al momento, aparezca el día, ese día en que se fue. El día que Josefina se fue.
Como te amaba Josefina.
Recuerdo como te amaba cuando caminabas viendo sin ver pero viendo a través. Cuando me mirabas y veías más allá y hacías estremecer cada una de las fibras de mi cuerpo. Cuando corríamos bajo la lluvia y nos deteníamos, abrazados, bajo el farol de la entrada de su casa y nos besábamos dándole envidia a la luna y soportando el llanto de la lluvia en nuestras bocas. En verdad amaba a Josefina.
Recuerdo como la amaba al despertar y más al dormir. Como su largo y espeso cabello me asfixiaba por las noches y sus largas delgadas bellas piernas me envolvían, atrapándome en un sueño dionisiaco. Recuerdo como te amaba cuando tu cabeza terminaba descansando en mi pecho y tu mano aferrándome como temiendo no despertar.
Mentiría si dijera no extrañarlo. Me sucede, de vez en cuando, que las estrellas me susurran su nombre como clamando que las nombremos de nuevo, todas y cada una, abrazados en el jardín de la casa que tantas veces nos vio amar.
Como amaba a Josefina.
Recuerdo la noche en que nos separamos con la promesa de encontrarnos más adelante. Lloré como si el amor se fuera contigo. Viví con la única esperanza de la promesa que es lo único que me quedó. Viviendo de promesas amaba a Josefina. Josefina, amándote en las promesas.
Como te amaba Josefina. Lo digo y lo repito, aunque ahora las estrellas ya no me susurren tu nombre ni el jardín exija tu aroma o mis sábanas tu figura. Lo digo y lo repito por que mi corazón quedó en una promesa que lleva tu nombre y en el cual solamente cabe Josefina. Cabes tú.
Sólo cabes tú.
Con ideas y disfraces, 29 julio 2005
VARGAS GÓMEZ
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