“El hombre nace ignorante, no estúpido. Se hace estúpido por la educación”
Bertrand Russell
Hoy, más que nunca, me siento mexicano. Hoy, como hace mucho tiempo no experimentaba, me duele y entristece la realidad de mi país. Hoy confirmo la triste realidad de la educación –familiar, institucional, gubernamental, cultural– que describe, entre otros factores, la situación del mexicano. Y todo por “unas cuantas” disciplinas deportivas.
Cuando era pequeño me preguntaba, con ilusión, cuando sería el momento en que mi país ganaría un torneo. Una medalla. Un reconocimiento. Me preguntaba el motivo de las decepciones y del fracaso y terminaba por achacarlo a individuos con nombre y apellido. Terminaba por creer que la fortuna obraba en nuestra contra –como si ésta fuera gringa incluso–. Terminaba por dejar de escuchar las palabras de mi padre –siempre tan crítico– en las cuales responsabilizaba a la cultura del mexicano, a la mediocridad que parecía, tristemente, inherente a la nacionalidad misma. Como si fuéramos ajolotes –como en el ejemplo de Bartra– pero en vez de permanecer en un estadio intermedio, permaneciéramos en un estado negado al crecimiento.
Negados al crecimiento.
Hoy, como nunca, me he puesto a reflexionar en el crecimiento y lo que ello implica y me he dado cuenta que, en efecto, existen diversos factores a tomar en cuenta para calificar la situación actual –a nivel macro y micro, incluyendo el deporte mismo– y uno de ellos, el más importante para mí, es la educación.
Antes de poder pasar a la educación y la consecuencia de ella –o de las deficiencias en ella–, no puedo dejar de lado el mencionar algunos de los factores que menciono en el párrafo anterior. Podría dedicar tomos enteros a hablar de la problemática general (que es producto de problemas arrastrados), empezando por nuestras Instituciones. Instituciones quebrantadas, obsoletas algunas de ellas, que obran más por inercia y corrupción, en medio del estatismo, que por un bien común. Instituciones gubernamentales que han perdido la confianza de la población y que se han perdido en un embrollo de papeleo, toqueteos por debajo de la mesa y corruptelas.
Podría mencionar también los rezagos alimenticios, la inequidad evidente y trágica en la distribución de los recursos –en un país que posee al hombre más rico del mundo y a cuarenta millones de pobres–, un sincretismo cultural que prefirió adoptar el mimetismo y la evasión del presente encerrándose en “ahoritas”. Podría, en efecto, mencionar muchos factores, pero me interesa mencionar el que, para mí, es el motor más importante, básico, del crecimiento de un pueblo y de una nación: la educación.
Tenemos serios, muy serios problemas en la educación de nuestro país.
Al mexicano se le educa para evitar la competitividad. El mexicano simplemente no tolera, le incomoda, sufra, rehúye la competencia. Al mexicano se le enseña a la sumisión, a recibir los regalos, a que se le hable bonito, a que se le hable en diminutivos, a evitar la competencia para no levantar sospechas y vivir tranquilo, viendo pasar los días.
Viendo pasar las oportunidades, ya que eso es mejor que someterse no sólo al escrutinio, también a la expulsión –en tanto indeseable por competitivo– del núcleo social al que pertenezca, ya que amenaza el status quo, la tranquilidad con la cual el mexicano desea, anhela mimetizarse.
Nos hemos regodeado de corporativismos que hoy cobran factura. Un sindicato que controla dinero y no difunde conocimientos. Nos hemos regodeado de héroes muertos y falsos, pintados ad hoc para la pervivencia de un sistema por demás obsoleto. Nos hemos regodeado en la negación del exterior para criticarnos sólo a nosotros mismos de la manera más hipócrita y festiva posible. Nos hemos quedado atrás mientras otros pueblos han avanzado hacia el futuro. Nos hemos quedado en el ahorita. Ejemplos escolares hay por doquier, con estudiantes que reciben una educación paupérrima –por decir lo menos– y con maestros que ni siquiera son maestros.
Ahora que terminaron las Olimpiadas, he confirmado una vez más lo anterior. De ahí provienen estas letras. De la comprobación de que unos atletas de país mucho más rezagados económica y socialmente que el nuestro, hayan ganado más medallas. ¿Apoyos económicos? Sin duda hacen falta, pero eso no es lo que nos hace quedar donde quedamos, sino la falta de competitividad, las ganas de crecer, de ganar. Nos da miedo competir. Preferimos decir que nos cayó mal una cena (saludos Eder), que el otro estaba más grande, que los jueces fueron injustos o que, simplemente, no nos dieron dinero. El mexicano tristemente no está educado para la competencia. Por eso tampoco toleramos a los extranjeros y nuestra xenofobia reluce cuando uno de ellos hace algo en México. “México es de los mexicanos”, dicen. Si, México de los mexicanos que no saben hacer a México.
Esto sucede a diario, a nuestros lados. En la oficina, con actitudes conformistas, en la escuela, en los deportes. En todos lados. Según estudios recientes en EUA con motivo de las Olimpiadas, en donde se toma en cuenta el nivel socioeconómico de un país y la cantidad de habitantes y deportistas que existen, México debería de haber terminado, POR LO MENOS –que horrible– en el lugar 30. Antes de los logros, como siempre individuales, de los taekwondoines, eramos el último lugar empatados con Togo, un país de 5 millones de habitantes.
Urge abandonar discursos populistas, de nacionalismos malentendidos y usureros. Urge que pongamos atención en este rubro, no por nosotros, sino por el futuro de nuestra nación, con nuestros hijos. Con nuestro México.
Hay que reeducarnos. Educar a México.
Orgullosamente mexicano
VARGAS GÓMEZ
26 AGOSTO 2008
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