Siendo una estrella la combinación de diversos elementos, de periodos, de energías, de tiempos y, sobre todo, de espacios, vagamos por el espacio terrenal dispuestos a fundirnos con otra energía y formar estrellas. Estrellas que iluminen espacios.
Las relaciones en nuestro mundo son como las estrellas. Las estrellas son únicas, parecidas todas ellas en la composición, diferentes en tamaño, medidas en su energía y resplandor, pero todas diferentes. Así son las relaciones. Las relaciones amorosas, esas que transmiten calor, fuego, energía, son únicas, parecidas en composición y medidas socialmente, sin embargo diferentes.
Las estrellas –que no los planetas– se forman a lo largo y ancho del universo y las hay de diversos tipos: enanas, azules, rojas, gigantescas… cada una cumple una función en particular –y al momento que se juntan dos estrellas una colisión descomunal ocurre– y es diferente en tanto no es la misma. Una relación de obviedad. Las estrellas que tenemos en mente más a menudo, que son las que nos enseñan en la casa y en la escuela, son esas que parecen eternas, bellas, inexpugnables –aunque no sean ninguna de estas– brillantes y que posibilitan la vida. Armoniosas. Pareciera que estarán ahí por siempre y que sin ellas todo lo que las rodea se perdería. Muchas hay como esas. Y todas ellas habrán de morir, algún día.
Sin embargo, también hay estrellas que se crean en el momento menos indicado –aunque si es el oportuno– y en el lugar menos adecuado –aunque sea el propicio–; esas tristes estrellas, tristes, están condenadas a desaparecer más pronto que temprano. Aún así, su misión fue juntar los elementos que las formaron para brillar por un breve espacio y después desaparecer, dejando un rastro inmenso de destrucción, un estallido que desentona a la gravedad y dispersa los elementos que la constituyeron. Esas estrellas cumplieron un propósito en específico al entregar, con su creación e inminente destrucción, orden y proceso dentro del sistema caótico universal.
Las relaciones también las hay así. Aquellas que parecen bellas, inexpugnables y eternas. Enormes y brillantes gracias a que se juntaron los elementos adecuados para formar en el espacio idóneo esa relación, una relación que proveerá de vida y orden en un minúsculo espacio del orden universal. Sus elementos, en algún momento, fueron parte de otras estrellas –e inclusive planetas, ensimismamiento del individuo con la obligación de, en algún momento, trascender y convertirse en estrella– y llegaron hasta ese lugar para posibilitar lo que ahora es…a partir de lo que ya no será más.
Y esas otras, aquellas que ya no son más, las efímeras, las pequeñas, las condenadas por la gravedad –o la encopetada crítica social– son olvidadas. Pareciera que lo que las rodea, al momento de crearse, ya las lloran sin antes terminar de ver su cometido. Las avientan a la destrucción y se alejan sabiendo que terminarán por estallar, aún antes de verse iluminadas por su primer brillo. Pobres estrellas pequeñas, pero aún más pobres los demás elementos y estrellas soberbias que las juzgan sin saber que algún día fueron parte –o serán– de una pequeña. Así son estas relaciones, efímeras, enérgicas o juzgadas, pero que proveen de la suficiente materia para poder construir una estrella más grande. Pobres de los astrónomos que se la viven espiando a las pequeñas –como padres amorosos, ciegos de razón y con un pasado enterrado– y condenando desde un momento su aparición; no saben que quizá, si esos elementos se juntaran en otro espacio lograrían crear estrellas aún más grandes que las que sus telescopios han logrado visualizar.
El consuelo de estas pequeñas es que, a pesar de estar condenadas a la desaparición, al igual que las grandes y los astrónomos expectantes, es que tienen la capacidad de moverse. De trasladarse y trascender. De alejarse de la mirada expectante del astrónomo o del fulgor quemante de las grandes. De alejarse de las energías que las oprimen, justo cuando más energía poseen y entonces sí, crecer y dejar de ser pequeñas, para convertirse en un astro brillante y que, en apariencia, no dejará jamás de existir. Todo depende de ellas, es su único consuelo. Es su único momento.
Y es que al final, nos parecemos tanto, cuando estamos juntos, a las estrellas.
Entre estrellas y planetas.
Managua, Nicaragua.
VARGAS GÓMEZ
26 diciembre 2007
Managua, Nicaragua.
VARGAS GÓMEZ
26 diciembre 2007
5 comentarios:
No deja de asombrarme tu capacidad para escribir; fascinante, cautivadora y reflexiva. Me gusta la analogía que haces con estrellas y relaciones. Sólo me dejas pensando... que tipo de estrella podemos llegar a formar??
TE AMO MI AMOR. Te extraño muchísimo. Espero ansiosa tu regreso.
Que gusto ver que escribas de nuevo en tu blog !!! y bueno con esto que escribiste si antes me encantaban las estrellas ahora me gustan mucho mas al verlas de la manera que esta escrito en esta columna...
saludos y un abrazo muy fuerte
Bella metáfora, sin duda alguna, por alguna extraña rwzón me recordó la plática de gigantes, tamaño y universos atómicos del otro día, se debe de repetir pronto... saludos y feliz inicio de año!!!!!
Excelente analogía gurú; lo mejor es el génesis de nuevos y mejores mundos con cada colisión cósmica.
Luis un abrazo y feliz 2008.
vaya manera de escribir y plasmar por medio de estrellas lo q podrian ser las relaciones humanas no cabe duda q cada vez escribes cosas impresionantes recuerda q siempre seras mi escritor favorito!
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