Justo cuando sonreía por haber olvidado aquellos dolores que tanto tiempo y por tanto espacio anegaron su corazón, decidió llamarle a esta mujer que había conocido hacia tan poco tiempo. Esperanzado, dirían algunos. Enamorado, dirían las pequeñas jovencitas de secundaria que se reúnen en las afueras del colegio para ver salir al rey del baile. “Entonces recordé porque había olvidado al amor”, se dijo Víctor.
A decir verdad, lo que aquejaba a Víctor no era algún sentimiento provocado directamente por Susana, ni mucho menos –con trabajo y había hablado más de dos horas con ella–. Era más bien algo interno, producto del pasado que todos arrastramos, de una u otra forma.
- Se me dificulta volver a amar –y sus ojos se clavaban en el espejo, pretendiendo que lo que decía era más que una confesión, un discurso. De vez en cuando surgen esos dedos trémulos y retorcidos, negros, que me tratan de jalar.
El celular descansaba en el tocador del baño. Parpadeaba. Víctor volteó a mirar y se desilusionó al ver que el parpadeo se debía a que el teléfono anunciaba que pronto se quedaría sin batería. “The black dog threatens with its return”, susurró. Recordaba a Churchill y su peregrinar por el desierto político de los años treinta. “I won’t let it happen” y parecía que esta vez se lo decía muy en serio o por lo menos sus ojos así parecían afirmarlo.
Hacía aproximadamente tres años que Víctor había dejado atrás a Fernanda, eso de acuerdo a los observadores. Realmente tenía menos tiempo que Víctor había logrado por fin dejar atrás a Fernanda y, además, no fue él quien propiamente deshizo el compromiso, fue Fernanda. Sin embargo el tiempo hace que la perspectiva de las cosas cambie de tal forma que todo termina ocupando un lugar distinto al que ocupara al momento del suceso en cuestión. Hoy, tres años después, Víctor se encontraba un poco más delgado, con otro peinado y diferente trabajo, viéndose al espejo, como tratando de reconocerse, pero le salió tan mal. En vez de reconocer –por lo menos directamente– al reflejo que tenía enfrente, comenzó a reconocer esa vieja plática, tiempo atrás:
- Primero me mandas a la mierda, sin tomarme en cuenta, sin preguntarme siquiera qué tipo de mierda preferiría y después apareces como el Hada madrina a Cenicienta, prometiéndome la felicidad eterna disfrazada de unos cuantos segundos.
Sus palabras eran vehementes. Sonaban duras pero su tono no era tal, más bien de recelo, como queriéndose guardar de un nuevo agravio que terminara por destrozar lo poco que le había quedado en pie.
- ¿Por qué dices que disfrazada de unos cuantos segundos? –le preguntó Fernanda.
- Si, los pocos que te apareces, los pocos en los que te muestras. Los pocos en los que me quieres –respondió Víctor con la mirada gacha.
- No te quiero segundos –Fernanda sonaba al mismo tiempo apenada como ofendida y confundida–, te quiero siempre.
- Si…siempre –y ese siempre de Víctor sonaba tan corto como el caer en el suelo de la moneda de la mesera.
- Y si me alejé no significa propiamente que te mandara a la mierda, como dices tú.
Víctor se echó para atrás. Era su típica postura cuando comenzaba a desesperar. Se quedó mirando fijo a Fernanda con esos ojos que a ella siempre le habían cautivado.
- No te entiendo –le dijo él– pero no importa, total, se vivir con eso, ¿sabes?
- Si ahora estoy aquí es porque te quiero y me duele tanto estar lejos de ti
- Y que me quieras de a poco y por poco…-fue su contestación antes de pararse al sanitario.
Había pasado tanto tiempo desde aquella plática. Recordaba que Fernanda lo había buscado y él había accedido a los treinta segundos, conciente de que en el fondo no deseaba otra cosa que tenerla con ella. Sin embargo el dolor y el resentimiento habían hecho hogar dentro de él y no le permitirían una tregua que, por otra parte, hubiera resultado inútil. Al mes de esa plática Fernanda se había enrolado en una nueva relación con un tipo tan patético que resultó ser más manejable de lo que fuera Víctor el último periodo de su relación con Fernanda.
- ¿Entonces? –le dijo Víctor al tiempo que se sentaba de nuevo enfrente de ella.
- No se –contestó ella viendo fijamente al vaso lleno de agua.
- No te entiendo...
- ¿Qué es lo que no entiendes?
- ¿Por qué estas aquí? ¿Por qué de pronto apareces? ¿Por qué de pronto recoger el corazón del fuego? –y su tono de voz cambiaba lentamente, como dándole un énfasis mayor sin levantar la voz– ¿Por qué de pronto decidiste que algo importaba y tenías que volver a verme? –y su mirada se volvió a clavar en Fernanda, como presionándola por una respuesta sincera, quizá la primera en mucho tiempo.
- Siempre supe que importabas, simplemente quería alejarme un poco para ya no sentir –y la mirada de Víctor cambió repentinamente, como si le hubiera dado una bofetada y al segundo siguiente su mirada se clavó aún más entrecerrando los ojos sobre Fernanda–, pero no pude dejar de sentir…no pude.
- Entonces ¿qué has decidido? Sigo sin entenderte.
- ¿Qué es lo que no entiendes?
- ¿Por qué estas ahí, viéndome...pretendiendo darme un espacio para amar..?
- Porque te quiero –y esta vez sus ojos fueron los que se clavaron en Víctor que cayó en un silencio tremendo. Sin saber que decir ni que hacer, se mantuvo en silencio por lo que parecieron ser eternos diez segundos, en que ninguno de los dos cruzó palabra alguna. Lo único que podían hacer era verse; Víctor levantaba por momentos la mirada para encontrar a Fernanda que lo veía sin verlo en un punto en concreto. Después de unos segundos, tuvo que ser Fernanda quien tomara la palabra.
- Y sé que tú lo sientes, de lo contrario no estarías sentado aquí –esta afirmación había vuelto a molestar a Víctor, era como si Fernanda lo quisiera amedrentar, era un recuerdo de aquellos tiempos en los cuales se había sentido dominado y se había sumido en un estado de obediencia por no saber vivir sin ella.
- Si, quizás ahí esté mi error, en quererte tanto, indefinidamente y sin excusas –ella quiso hablar pero Víctor levantó ligeramente el tono de voz, como para no ser interrumpido, a sabiendas que Fernanda le increparía el término error–. Digamos pues que sin decisiones unilaterales, sin tiempos específicos. Nunca te he puesto una restricción y jamás he tratado de poner una distancia entre tu y yo. Sólo he permanecido aquí...
Recordaba con precisión la plática a pesar de que había pasado largo tiempo de aquella reunión a la fecha. Sabría Dios donde estaría ahora Fernanda y que sería de su vida y, para ser sinceros, tampoco le importaba.
Ya se había terminado de arreglar y el celular ya había cargado su batería un poco. Se disponía a salir rumbo a su trabajo y vio su celular buscando si acaso había algún mensaje de texto o alguna llamada perdida que él no hubiera notado. Nada. “Y si le llamara” pensó Víctor viendo el número telefónico de Susana. “No, mejor no, en una de esas piensa que la estoy buscando demasiado y para cómo me han dicho que es, se me asusta”. Sonrió pero no de gusto, mas bien de resignación, como quien pierde una batalla pero sonríe sabiendo que en unas horas llega el batallón más grande de su ejército y el enemigo ha usado todo lo que tenía a su disposición.
Trató de encender el coche y no funcionaba. Otra vez el error de la computadora. Era ilógico, después de haberlo llevado dos veces a la agencia seguía teniendo el mismo error. Esa tarde lo escucharían, sin duda. Ilógico como la plática de Fernanda.
- No hubo día en que dejara de pensar en ti. Ni uno sólo –hizo una pequeña pausa para beber del vaso mientras Víctor trataba de encender el encendedor que no funcionaba–, y en el fondo esperé que tú me llamaras, te aparecieras, pero no.
- ¿Para? –y logró que el encendedor respondiera.
- Para que me escucharas.
El coche por fin encendió. Definitivamente lo iban a escuchar esa tarde. Ya había perdido cinco minutos y con el tránsito de esa hora probablemente llegaría tarde a la oficina.
- Lo irónico es que no he hecho otra cosa que escucharte...
- No puedo salir con nadie; me paso el tiempo no hablando, si no pensando en ti.
- ¡Coño! Perdón pero es que cada vez te entiendo menos ¿Cómo me puedes decir eso cuando ayer mismo te dije por el chat que necesitaba platicar contigo y me dijiste que estabas demasiado ocupada? La semana pasada, para pronto, que te encontré en aquel lugar me saludaste brevemente y te invité a sentarte en mi mesa y me dijiste que no podías, que otro día hablaríamos ¿Por qué quieres hablarme ahora? ¿Para qué quieres saber de mí? Por favor –y le tomó las manos casi como rogándole claridad, una claridad que ella nunca había poseído– se clara conmigo.
- La verdad es porque te quiero. Y si me fui es porque pensé que esa era la única forma de dejar de llorar todos los días por la desesperación de no saber qué era exactamente lo que tenía que hacer. Fue la única forma que imaginé en la que se me podía ir al menos algo del dolor… -hizo una pequeña pausa para secarse con el dedo una lágrima que la traicionaba por su mejilla. Alejarme y encerrarme.
Al final se parecía tanto a él. Excepto por la indecisión, se terminó por parecer tanto a él. Unas semanas después terminarían por dejarse de ver por decisión de Víctor quien no pudo más con la actitud de Fernanda. Un día antes de que le dijera que no podía seguir con esa relación, Fernanda le había confesado a Víctor enfrente de sus amigos que no estaba segura sobre la relación y que no sabía que era lo que tendrían que hacer. Ella por su parte estaba dudando, le confesó, de ella y de la relación. Al día siguiente él la dejó para siempre.
El resto del año y el siguiente se pasó trabajando y reconstruyendo todo aquello que había dejado en pausa. Todo iba bien, según él, hasta que conoció a Susana. No había salido con ninguna mujer desde entonces, sólo uno que otro encuentro ocasional para saldar cuentas con sus impulsos y la ocasión. Nada serio. Hasta que la vio.
El día pasó como todos los demás días: mucho trabajo, muchos papeles, llamadas y correos eternos por responder que le quitaban gran parte del tiempo. Al salir del trabajo pasó al club para echarse un buen baño de vapor y su correspondiente regaderazo. Se rasuró, platicó con algunos compañeros del lugar mientras reían sobre las ocurrencias del último político con sus inoportunas declaraciones. Y no dejaba de pensar en ella.
Mientras se vestía había dejado su celular al lado para verlo si acaso recibía una llamada por parte de Susana. Nada. Quizá no le importaba. Él había decidido no hablarle más, ya había pasado una semana mandándole unos cuantos mensajes e invitándola a salir el viernes, sábado y el día anterior, en todas esas ocasiones recibiendo la misma respuesta: otros compromisos pendientes pero pronto se verían. Al menos eso prometía. Y él ya se había prometido a sí mismo que no le hablaría, no quería importunar si sonar demasiado insistente. Si le interesaba hablaría, por lo menos eso creía él, aunque recordaba también a su amigo Alejandro que siempre decía “las mujeres a veces son más raras que un perro verde, Víctor. Mejor no tratar de entenderlas ni de adelantar sus movimientos”.
Sin embargo la sensación lo trataba de dominar por momentos. “Es jodidamente difícil, diría mi padre”, pensaba Víctor mientras saludaba a su perro quien lo esperaba, como siempre, al filo de la puerta agitando la cola. “Esta jodido esto” suspiró y le hizo algunos cariños al perro. Esto. Viejos vestigios de un antiguo derrumbe sobre el cual se construyó el nuevo edificio. Es como haber construido la casa encima de un antiguo cementerio indígena que tiempo después reclama su melancolía y espacio original. Deberían echar los huesos lejos, en el fondo del mar, para que no se volvieran a ver.
“I’ll be your lover too” sonaba en la radio mientras él juraba lo mismo en voz alta y en sus pensamientos, al tiempo que se preparaba algo de cenar. Sin embargo ahí estaba el perro negro que le ladraba y trataba de amedrentarlo, como advirtiéndole de una amenaza que no existe pero que podría existir.
- ¿Cómo luchar contra ciertas cosas que permanecen ancladas a tu corazón? –le preguntaba a su perro, que ni ladraba ni era negro y se contentaba con echarse al lado de Víctor mientras levantaba su ojo izquierdo viéndolo de reojo.
Cuando el miedo se ha diluido en tu sangre ¿no deberías de desangrar por completo para poder eliminarlo de ti? No se le ocurría otra manera de deshacerse de aquello que vivía ya dentro de él. “Suena hermoso, definitivo, pero en la práctica ¿cómo?” dijo en voz alta al tiempo que alejaba el plato a medio terminar y prendía la televisión para ver las noticias de la noche.
Las noticias no presentaban nada nuevo. Aquel político ahora se encontraba en medio de una tormenta de declaraciones en su contra que no sabía como detener, lo más probable es que recibiera una reprimenda y que a los meses, para no relacionar directamente, lo relevaran de su puesto después de ponerle una zancadilla. Se fue a su cuarto y se puso su pijama. El teléfono seguía sin sonar, excepto por sus padres que le llamaban para ver como iba todo y si ese fin de semana iría a visitarlos. Él prometió que si. Fuera de eso, nada.
Se sentía muy cansado. Decidió que lo mejor era dormir. Miró por última vez el celular.
- Creo que tendría que encontrar a una persona con la fuerza y paciencia necesarias para no juzgarme y si esperarme –decía mientras sostenía el celular entre sus manos. Para no desafiarme y si acompañarme. Para no averiguar y si llevarme a la verdad. Necesito una así…
Apagó el celular. Total, eran las diez y media de la noche y no creía recibir ninguna llamada ya, después de todo era miércoles. Se acurrucó en su cama y cayó dormido a los pocos minutos.
Afuera hacía un poco de frío, no tanto como el mes pasado, pero lo suficiente como para llevar un sweater con el cual protegerse del frío. Su amiga la miraba, expectante, mientras daba vuelta en la calle:
- ¿Te contesta?
- No –respondió Susana–, me suena como si estuviera apagado o fuera de servicio.
- ¿Y su casa? –le dijo su amiga, ansiosa por saber a qué dirección se tenía que mover.
- No lo tengo. Una vez me habló de su casa pero se me olvidó guardar el número –le decía mientras intentaba con el celular en la oreja, una vez más. Sólo tengo guardado el de su celular…
- ¡Ay! ¿Sabes qué? –le dijo su amiga que normalmente era un poco ansiosa– déjalo. Ya otro día le marcas ¿recuerdas su amiga esa con la que se fue al cine el sábado? Pues quizá está con ella ¿no viste su página en Internet? se notaba muy cariñosa con él –y su tono era como el de una mamá que cree saber lo mejor para su hija y que tiene el derecho de meterse en los asuntos de su amiga.
- Pues si. Total, si le interesa me volverá a llamar.
Acto seguido colgó y se guardó el celular en el bolsillo. Se dirigieron a cenar y a platicar sobre los hombres y como les habían hecho daño a lo largo de sus vidas. Al terminar, su amiga la fue a dejar a su casa y ella borró de su lista de prioridades el hablarle a Víctor. Se prometió esperar a que le llamara para entonces, ahora si, acceder a salir.
Mientras, Víctor dormía. Su sueño era tranquilo. Se encontraba en un valle inmenso, sin árboles pero curiosamente todo pintado de verde. Ahí el caminaba y platicaba con alguien, no podía identificar quién era, tan sólo escuchaba su voz:
- Necesito volar –decía él, mirando no a su interlocutor, si no hacia el fondo del valle, como tratando de encontrar el final.
- ¿Para venirme a visitar? -le preguntó.
- No sé –le dijo él, mientras pegaba un salto extrañamente alto–, sólo volar.
A decir verdad, lo que aquejaba a Víctor no era algún sentimiento provocado directamente por Susana, ni mucho menos –con trabajo y había hablado más de dos horas con ella–. Era más bien algo interno, producto del pasado que todos arrastramos, de una u otra forma.
- Se me dificulta volver a amar –y sus ojos se clavaban en el espejo, pretendiendo que lo que decía era más que una confesión, un discurso. De vez en cuando surgen esos dedos trémulos y retorcidos, negros, que me tratan de jalar.
El celular descansaba en el tocador del baño. Parpadeaba. Víctor volteó a mirar y se desilusionó al ver que el parpadeo se debía a que el teléfono anunciaba que pronto se quedaría sin batería. “The black dog threatens with its return”, susurró. Recordaba a Churchill y su peregrinar por el desierto político de los años treinta. “I won’t let it happen” y parecía que esta vez se lo decía muy en serio o por lo menos sus ojos así parecían afirmarlo.
Hacía aproximadamente tres años que Víctor había dejado atrás a Fernanda, eso de acuerdo a los observadores. Realmente tenía menos tiempo que Víctor había logrado por fin dejar atrás a Fernanda y, además, no fue él quien propiamente deshizo el compromiso, fue Fernanda. Sin embargo el tiempo hace que la perspectiva de las cosas cambie de tal forma que todo termina ocupando un lugar distinto al que ocupara al momento del suceso en cuestión. Hoy, tres años después, Víctor se encontraba un poco más delgado, con otro peinado y diferente trabajo, viéndose al espejo, como tratando de reconocerse, pero le salió tan mal. En vez de reconocer –por lo menos directamente– al reflejo que tenía enfrente, comenzó a reconocer esa vieja plática, tiempo atrás:
- Primero me mandas a la mierda, sin tomarme en cuenta, sin preguntarme siquiera qué tipo de mierda preferiría y después apareces como el Hada madrina a Cenicienta, prometiéndome la felicidad eterna disfrazada de unos cuantos segundos.
Sus palabras eran vehementes. Sonaban duras pero su tono no era tal, más bien de recelo, como queriéndose guardar de un nuevo agravio que terminara por destrozar lo poco que le había quedado en pie.
- ¿Por qué dices que disfrazada de unos cuantos segundos? –le preguntó Fernanda.
- Si, los pocos que te apareces, los pocos en los que te muestras. Los pocos en los que me quieres –respondió Víctor con la mirada gacha.
- No te quiero segundos –Fernanda sonaba al mismo tiempo apenada como ofendida y confundida–, te quiero siempre.
- Si…siempre –y ese siempre de Víctor sonaba tan corto como el caer en el suelo de la moneda de la mesera.
- Y si me alejé no significa propiamente que te mandara a la mierda, como dices tú.
Víctor se echó para atrás. Era su típica postura cuando comenzaba a desesperar. Se quedó mirando fijo a Fernanda con esos ojos que a ella siempre le habían cautivado.
- No te entiendo –le dijo él– pero no importa, total, se vivir con eso, ¿sabes?
- Si ahora estoy aquí es porque te quiero y me duele tanto estar lejos de ti
- Y que me quieras de a poco y por poco…-fue su contestación antes de pararse al sanitario.
Había pasado tanto tiempo desde aquella plática. Recordaba que Fernanda lo había buscado y él había accedido a los treinta segundos, conciente de que en el fondo no deseaba otra cosa que tenerla con ella. Sin embargo el dolor y el resentimiento habían hecho hogar dentro de él y no le permitirían una tregua que, por otra parte, hubiera resultado inútil. Al mes de esa plática Fernanda se había enrolado en una nueva relación con un tipo tan patético que resultó ser más manejable de lo que fuera Víctor el último periodo de su relación con Fernanda.
- ¿Entonces? –le dijo Víctor al tiempo que se sentaba de nuevo enfrente de ella.
- No se –contestó ella viendo fijamente al vaso lleno de agua.
- No te entiendo...
- ¿Qué es lo que no entiendes?
- ¿Por qué estas aquí? ¿Por qué de pronto apareces? ¿Por qué de pronto recoger el corazón del fuego? –y su tono de voz cambiaba lentamente, como dándole un énfasis mayor sin levantar la voz– ¿Por qué de pronto decidiste que algo importaba y tenías que volver a verme? –y su mirada se volvió a clavar en Fernanda, como presionándola por una respuesta sincera, quizá la primera en mucho tiempo.
- Siempre supe que importabas, simplemente quería alejarme un poco para ya no sentir –y la mirada de Víctor cambió repentinamente, como si le hubiera dado una bofetada y al segundo siguiente su mirada se clavó aún más entrecerrando los ojos sobre Fernanda–, pero no pude dejar de sentir…no pude.
- Entonces ¿qué has decidido? Sigo sin entenderte.
- ¿Qué es lo que no entiendes?
- ¿Por qué estas ahí, viéndome...pretendiendo darme un espacio para amar..?
- Porque te quiero –y esta vez sus ojos fueron los que se clavaron en Víctor que cayó en un silencio tremendo. Sin saber que decir ni que hacer, se mantuvo en silencio por lo que parecieron ser eternos diez segundos, en que ninguno de los dos cruzó palabra alguna. Lo único que podían hacer era verse; Víctor levantaba por momentos la mirada para encontrar a Fernanda que lo veía sin verlo en un punto en concreto. Después de unos segundos, tuvo que ser Fernanda quien tomara la palabra.
- Y sé que tú lo sientes, de lo contrario no estarías sentado aquí –esta afirmación había vuelto a molestar a Víctor, era como si Fernanda lo quisiera amedrentar, era un recuerdo de aquellos tiempos en los cuales se había sentido dominado y se había sumido en un estado de obediencia por no saber vivir sin ella.
- Si, quizás ahí esté mi error, en quererte tanto, indefinidamente y sin excusas –ella quiso hablar pero Víctor levantó ligeramente el tono de voz, como para no ser interrumpido, a sabiendas que Fernanda le increparía el término error–. Digamos pues que sin decisiones unilaterales, sin tiempos específicos. Nunca te he puesto una restricción y jamás he tratado de poner una distancia entre tu y yo. Sólo he permanecido aquí...
Recordaba con precisión la plática a pesar de que había pasado largo tiempo de aquella reunión a la fecha. Sabría Dios donde estaría ahora Fernanda y que sería de su vida y, para ser sinceros, tampoco le importaba.
Ya se había terminado de arreglar y el celular ya había cargado su batería un poco. Se disponía a salir rumbo a su trabajo y vio su celular buscando si acaso había algún mensaje de texto o alguna llamada perdida que él no hubiera notado. Nada. “Y si le llamara” pensó Víctor viendo el número telefónico de Susana. “No, mejor no, en una de esas piensa que la estoy buscando demasiado y para cómo me han dicho que es, se me asusta”. Sonrió pero no de gusto, mas bien de resignación, como quien pierde una batalla pero sonríe sabiendo que en unas horas llega el batallón más grande de su ejército y el enemigo ha usado todo lo que tenía a su disposición.
Trató de encender el coche y no funcionaba. Otra vez el error de la computadora. Era ilógico, después de haberlo llevado dos veces a la agencia seguía teniendo el mismo error. Esa tarde lo escucharían, sin duda. Ilógico como la plática de Fernanda.
- No hubo día en que dejara de pensar en ti. Ni uno sólo –hizo una pequeña pausa para beber del vaso mientras Víctor trataba de encender el encendedor que no funcionaba–, y en el fondo esperé que tú me llamaras, te aparecieras, pero no.
- ¿Para? –y logró que el encendedor respondiera.
- Para que me escucharas.
El coche por fin encendió. Definitivamente lo iban a escuchar esa tarde. Ya había perdido cinco minutos y con el tránsito de esa hora probablemente llegaría tarde a la oficina.
- Lo irónico es que no he hecho otra cosa que escucharte...
- No puedo salir con nadie; me paso el tiempo no hablando, si no pensando en ti.
- ¡Coño! Perdón pero es que cada vez te entiendo menos ¿Cómo me puedes decir eso cuando ayer mismo te dije por el chat que necesitaba platicar contigo y me dijiste que estabas demasiado ocupada? La semana pasada, para pronto, que te encontré en aquel lugar me saludaste brevemente y te invité a sentarte en mi mesa y me dijiste que no podías, que otro día hablaríamos ¿Por qué quieres hablarme ahora? ¿Para qué quieres saber de mí? Por favor –y le tomó las manos casi como rogándole claridad, una claridad que ella nunca había poseído– se clara conmigo.
- La verdad es porque te quiero. Y si me fui es porque pensé que esa era la única forma de dejar de llorar todos los días por la desesperación de no saber qué era exactamente lo que tenía que hacer. Fue la única forma que imaginé en la que se me podía ir al menos algo del dolor… -hizo una pequeña pausa para secarse con el dedo una lágrima que la traicionaba por su mejilla. Alejarme y encerrarme.
Al final se parecía tanto a él. Excepto por la indecisión, se terminó por parecer tanto a él. Unas semanas después terminarían por dejarse de ver por decisión de Víctor quien no pudo más con la actitud de Fernanda. Un día antes de que le dijera que no podía seguir con esa relación, Fernanda le había confesado a Víctor enfrente de sus amigos que no estaba segura sobre la relación y que no sabía que era lo que tendrían que hacer. Ella por su parte estaba dudando, le confesó, de ella y de la relación. Al día siguiente él la dejó para siempre.
El resto del año y el siguiente se pasó trabajando y reconstruyendo todo aquello que había dejado en pausa. Todo iba bien, según él, hasta que conoció a Susana. No había salido con ninguna mujer desde entonces, sólo uno que otro encuentro ocasional para saldar cuentas con sus impulsos y la ocasión. Nada serio. Hasta que la vio.
El día pasó como todos los demás días: mucho trabajo, muchos papeles, llamadas y correos eternos por responder que le quitaban gran parte del tiempo. Al salir del trabajo pasó al club para echarse un buen baño de vapor y su correspondiente regaderazo. Se rasuró, platicó con algunos compañeros del lugar mientras reían sobre las ocurrencias del último político con sus inoportunas declaraciones. Y no dejaba de pensar en ella.
Mientras se vestía había dejado su celular al lado para verlo si acaso recibía una llamada por parte de Susana. Nada. Quizá no le importaba. Él había decidido no hablarle más, ya había pasado una semana mandándole unos cuantos mensajes e invitándola a salir el viernes, sábado y el día anterior, en todas esas ocasiones recibiendo la misma respuesta: otros compromisos pendientes pero pronto se verían. Al menos eso prometía. Y él ya se había prometido a sí mismo que no le hablaría, no quería importunar si sonar demasiado insistente. Si le interesaba hablaría, por lo menos eso creía él, aunque recordaba también a su amigo Alejandro que siempre decía “las mujeres a veces son más raras que un perro verde, Víctor. Mejor no tratar de entenderlas ni de adelantar sus movimientos”.
Sin embargo la sensación lo trataba de dominar por momentos. “Es jodidamente difícil, diría mi padre”, pensaba Víctor mientras saludaba a su perro quien lo esperaba, como siempre, al filo de la puerta agitando la cola. “Esta jodido esto” suspiró y le hizo algunos cariños al perro. Esto. Viejos vestigios de un antiguo derrumbe sobre el cual se construyó el nuevo edificio. Es como haber construido la casa encima de un antiguo cementerio indígena que tiempo después reclama su melancolía y espacio original. Deberían echar los huesos lejos, en el fondo del mar, para que no se volvieran a ver.
“I’ll be your lover too” sonaba en la radio mientras él juraba lo mismo en voz alta y en sus pensamientos, al tiempo que se preparaba algo de cenar. Sin embargo ahí estaba el perro negro que le ladraba y trataba de amedrentarlo, como advirtiéndole de una amenaza que no existe pero que podría existir.
- ¿Cómo luchar contra ciertas cosas que permanecen ancladas a tu corazón? –le preguntaba a su perro, que ni ladraba ni era negro y se contentaba con echarse al lado de Víctor mientras levantaba su ojo izquierdo viéndolo de reojo.
Cuando el miedo se ha diluido en tu sangre ¿no deberías de desangrar por completo para poder eliminarlo de ti? No se le ocurría otra manera de deshacerse de aquello que vivía ya dentro de él. “Suena hermoso, definitivo, pero en la práctica ¿cómo?” dijo en voz alta al tiempo que alejaba el plato a medio terminar y prendía la televisión para ver las noticias de la noche.
Las noticias no presentaban nada nuevo. Aquel político ahora se encontraba en medio de una tormenta de declaraciones en su contra que no sabía como detener, lo más probable es que recibiera una reprimenda y que a los meses, para no relacionar directamente, lo relevaran de su puesto después de ponerle una zancadilla. Se fue a su cuarto y se puso su pijama. El teléfono seguía sin sonar, excepto por sus padres que le llamaban para ver como iba todo y si ese fin de semana iría a visitarlos. Él prometió que si. Fuera de eso, nada.
Se sentía muy cansado. Decidió que lo mejor era dormir. Miró por última vez el celular.
- Creo que tendría que encontrar a una persona con la fuerza y paciencia necesarias para no juzgarme y si esperarme –decía mientras sostenía el celular entre sus manos. Para no desafiarme y si acompañarme. Para no averiguar y si llevarme a la verdad. Necesito una así…
Apagó el celular. Total, eran las diez y media de la noche y no creía recibir ninguna llamada ya, después de todo era miércoles. Se acurrucó en su cama y cayó dormido a los pocos minutos.
Afuera hacía un poco de frío, no tanto como el mes pasado, pero lo suficiente como para llevar un sweater con el cual protegerse del frío. Su amiga la miraba, expectante, mientras daba vuelta en la calle:
- ¿Te contesta?
- No –respondió Susana–, me suena como si estuviera apagado o fuera de servicio.
- ¿Y su casa? –le dijo su amiga, ansiosa por saber a qué dirección se tenía que mover.
- No lo tengo. Una vez me habló de su casa pero se me olvidó guardar el número –le decía mientras intentaba con el celular en la oreja, una vez más. Sólo tengo guardado el de su celular…
- ¡Ay! ¿Sabes qué? –le dijo su amiga que normalmente era un poco ansiosa– déjalo. Ya otro día le marcas ¿recuerdas su amiga esa con la que se fue al cine el sábado? Pues quizá está con ella ¿no viste su página en Internet? se notaba muy cariñosa con él –y su tono era como el de una mamá que cree saber lo mejor para su hija y que tiene el derecho de meterse en los asuntos de su amiga.
- Pues si. Total, si le interesa me volverá a llamar.
Acto seguido colgó y se guardó el celular en el bolsillo. Se dirigieron a cenar y a platicar sobre los hombres y como les habían hecho daño a lo largo de sus vidas. Al terminar, su amiga la fue a dejar a su casa y ella borró de su lista de prioridades el hablarle a Víctor. Se prometió esperar a que le llamara para entonces, ahora si, acceder a salir.
Mientras, Víctor dormía. Su sueño era tranquilo. Se encontraba en un valle inmenso, sin árboles pero curiosamente todo pintado de verde. Ahí el caminaba y platicaba con alguien, no podía identificar quién era, tan sólo escuchaba su voz:
- Necesito volar –decía él, mirando no a su interlocutor, si no hacia el fondo del valle, como tratando de encontrar el final.
- ¿Para venirme a visitar? -le preguntó.
- No sé –le dijo él, mientras pegaba un salto extrañamente alto–, sólo volar.
Dónde viven las águilas
28 febrero 2007
VARGAS GÓMEZ
28 febrero 2007
VARGAS GÓMEZ
1 comentario:
Bello, sincero, directo, fuerte... A final de cuentas, un odebe volar no para otra cosa sino para darse el placer de volar. Increíble como siepre amigo, las palabras sobran a veces no lo crees?
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