Me rodea la desesperación porque no puedo escribirte a ti.
No es por falta de ganas, por supuesto, ya que si así fuese probablemente estuviera
acostado,
fumando en una banca,
dibujando tu figura en mi cama.
Y me desespera. Me desespera tener las ganas y las ideas todas ellas empapadas en sentimiento, pero de nada me sirven por que la inspiración se fue a Lima con todo y las musas, que esta vez no sólo han pasado de mí, inclusive se han mofado de mí.
Y tenía tantas ganas de contarte un cuento sobre dos amantes que se conocían los cuerpos después de haber hecho el amor a través de las montañas, conociéndose en alguna montaña perdida en los Andes. Moría de ansias por detallar una historia sobre dos enamorados que se conocían a través de energía y que se besaban a través de lo guiños de la luna cómplice, con la forma de una lima y el olor del tulipán. Moría de ansias y escribía y no podía relatar.
Y es que me esfuerzo y no puedo hacer otra cosa más que caer aún más en la desesperación de no poder destapar la tubería de mi corazón y dejar que derrame su savia a través de mis dedos, inundando la hoja y mojando tu foto casi tanto como un beso tuyo imaginado en mis ojos. Y trato y no puedo. No puedo y los niños afuera en la calle no dejan de gritar. Algún día tendré que poner fin a eso y plantar bastones de caramelo en mi jardín para que se atraganten de azúcar y caigan embotados a las puertas de su casa y duerman hasta que haya terminado de escribir.
Y es que tengo que aceptar que la desesperación empezó desde que me desperté y no terminé el sueño en el cual te tocaba por primera vez y te quitaba el sostén mientras mi boca recorría tu espalda. Me desperté tan sólo, mojado y desesperado que me resultó demasiado seca el agua de la regadera mientras trataba de evocar el recuerdo de tu sueño y ver si acaso aparecías y me ayudabas a hacerlo en verdad y comenzar.
Y cuando las musas me están queriendo coquetear con un pedazo de tu falda una amiga querida pero igualmente molesta no deja de hablar e insistir por atención. Y tan sólo recuerdo tu voz. Trato de ponerle tu voz pero no funciona. Su timbre es agudo y muy familiar, mientras que el tuyo es tierno y extranjero, casi como un bombón germano de chocolate sudamericano. Me parece que tendré que decirle que se va la inspiración en el siguiente vuelo a Cuzco. No se si entendió pero se calló. Igual por respeto aunque tal vez por incomprensión. Esta posmodernidad no da tregua, nos acecha hasta en el celular la muy maldita.
Sin embargo, ahora que lo pienso, no le vendría nada mal una pasada con el plumero a mi librería, atacada por una epidemia de polvo que amenaza con expandirse hasta el final de la repisa y de ahí como cascada hacia el reloj y los filmes de colección. Lo haría ahora si no fuera por la desesperación.
Me invade la desesperación y creo identificar bien el por qué. No es tanto por que no pueda escribir cuentos o ensayos sobre como amar sin quitar la peineta, es más por que lo quisiera cantar contigo y dormirte en mi pecho después de haberte quitado el sostén por primera vez y decirte que te lo quiero volver hacer mientras te beso las rodillas y los pies.
Y sin embargo, he aprendido a esperar…
No es por falta de ganas, por supuesto, ya que si así fuese probablemente estuviera
acostado,
fumando en una banca,
dibujando tu figura en mi cama.
Y me desespera. Me desespera tener las ganas y las ideas todas ellas empapadas en sentimiento, pero de nada me sirven por que la inspiración se fue a Lima con todo y las musas, que esta vez no sólo han pasado de mí, inclusive se han mofado de mí.
Y tenía tantas ganas de contarte un cuento sobre dos amantes que se conocían los cuerpos después de haber hecho el amor a través de las montañas, conociéndose en alguna montaña perdida en los Andes. Moría de ansias por detallar una historia sobre dos enamorados que se conocían a través de energía y que se besaban a través de lo guiños de la luna cómplice, con la forma de una lima y el olor del tulipán. Moría de ansias y escribía y no podía relatar.
Y es que me esfuerzo y no puedo hacer otra cosa más que caer aún más en la desesperación de no poder destapar la tubería de mi corazón y dejar que derrame su savia a través de mis dedos, inundando la hoja y mojando tu foto casi tanto como un beso tuyo imaginado en mis ojos. Y trato y no puedo. No puedo y los niños afuera en la calle no dejan de gritar. Algún día tendré que poner fin a eso y plantar bastones de caramelo en mi jardín para que se atraganten de azúcar y caigan embotados a las puertas de su casa y duerman hasta que haya terminado de escribir.
Y es que tengo que aceptar que la desesperación empezó desde que me desperté y no terminé el sueño en el cual te tocaba por primera vez y te quitaba el sostén mientras mi boca recorría tu espalda. Me desperté tan sólo, mojado y desesperado que me resultó demasiado seca el agua de la regadera mientras trataba de evocar el recuerdo de tu sueño y ver si acaso aparecías y me ayudabas a hacerlo en verdad y comenzar.
Y cuando las musas me están queriendo coquetear con un pedazo de tu falda una amiga querida pero igualmente molesta no deja de hablar e insistir por atención. Y tan sólo recuerdo tu voz. Trato de ponerle tu voz pero no funciona. Su timbre es agudo y muy familiar, mientras que el tuyo es tierno y extranjero, casi como un bombón germano de chocolate sudamericano. Me parece que tendré que decirle que se va la inspiración en el siguiente vuelo a Cuzco. No se si entendió pero se calló. Igual por respeto aunque tal vez por incomprensión. Esta posmodernidad no da tregua, nos acecha hasta en el celular la muy maldita.
Sin embargo, ahora que lo pienso, no le vendría nada mal una pasada con el plumero a mi librería, atacada por una epidemia de polvo que amenaza con expandirse hasta el final de la repisa y de ahí como cascada hacia el reloj y los filmes de colección. Lo haría ahora si no fuera por la desesperación.
Me invade la desesperación y creo identificar bien el por qué. No es tanto por que no pueda escribir cuentos o ensayos sobre como amar sin quitar la peineta, es más por que lo quisiera cantar contigo y dormirte en mi pecho después de haberte quitado el sostén por primera vez y decirte que te lo quiero volver hacer mientras te beso las rodillas y los pies.
Y sin embargo, he aprendido a esperar…
VARGAS GÓMEZ
bebiendo té de coca.
1 comentario:
Te de coca, que envidia jajaja se me antojó uno... no se desespere amigo!!! Saludos!!!
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