Es delicioso verlas platicar, discurrir entre chorros de palabras que inundan sus mesas, entre gestos y movimientos coquetos, mezcla de perfumes y competencia. Me resulta interesante observar sus puntos de acuerdo y el proceso de negociación velado que mantienen con una simple sonrisa irónica.
Me gusta sentarme a verlas pasar, todas ellas tan diferentes y al mismo tiempo la misma, controlando con cada movimiento el espacio y tiempo de los que les adoran. Disfruto imaginarme con una de ellas en especial, que va cambiando con las estaciones, dentro de unos años, cultivando zanahorias y amándonos con los labios partidos.
Sin embargo me niego a aconsejarle de perfumes y libros, entre otras cosas, a una que casi no conozca. Me reservo el derecho. Prefiero hablar de lugares comunes y recetas previamente acordadas. Son muy delicadas y engañosas, tanto como diente de león a merced de una hojarasca que, al ser arrancado, convierte cada uno de sus pétalos en espinas sangrantes.
Me gusta platicar siempre con una nueva y descubrir sus maneras propias de ser la generalidad. Encontrar una mirada furtiva, un guiño coqueto, un ladeo de cabeza tímido que me invita hablar con más letras o encontrar un olor característico, sea de crema, fresa o chocolate.
Adoro la forma en la que ríen y hablan de temas prohibidos entre ellas, con una manera tan educada que resulta tentadora. Me encanta observar sus negativas, cerrando el cuerpo y los ojos. Sufro con las lágrimas de algunas de ellas, tratando de partir la luna en dos para ofrendarles el diamante que esconde dentro y secar sus ojos. Amo su miedo, su incertidumbre, su temperamento voluble. Amo la forma en la que se entregan mojándolo todo, sus besos, su cabello alborotado, su cabeza en mi pecho y su cuerpo entre mis brazos.
Pero más amaría poder ser uno con una; tener a una a quién observar el resto de mis estaciones, deteniéndonos en cada una para amarnos de a poco, sin terminar nunca. Lo que más desearía es poder volver a amar a una…